Con una rápida googleada podría saber el día exacto en que comencé a colaborar con este diario. Pero, honestamente, las fechas me resultan irrelevantes. Más significativo es para mí el hecho de que con esta columna asumí y disfruté de esa misteriosa responsabilidad de la que ya me había despedido al dejar la facultad de cine en Buenos Aires: aceptar y cumplir una rutina. Y vaya que aguanté -para sorpresa mía y de que quienes me conocen bien-. Aquí fui invitado. Dos veces: la primera me negué a aceptar la generosa invitación que desde luego me honraba porque pensé que nada tenía que hacer yo escribiendo en un periódico: soy un actor y nada más, dije en respuesta. La segunda vez ocurrió como resultado de una serie de ‘coincidencias’. Y, como las coincidencias hace largo rato ya que dejaron de existir como hechos sin significado en mi vida, entendí el segundo ofrecimiento como una sincronicidad jungiana (“la simultaneidad de dos sucesos vinculados por el sentido pero de manera no causal”). Con lo cual, sin hacer demasiadas preguntas ni pensarlo mucho, acepté como por impulso el hacerme cargo de enviar al periódico, cada semana, una columnita ‘lo menos política posible’. El reto de escribir, sin realmente saber escribir, se me hizo entonces muy estimulante. Pero ha llegado el día de despedirme inmensamente agradecido con La República por darme total libertad para decir lo que quisiera (por absurdo o irrelevante que resultara) cada semana. Y más agradecido todavía con quienes me han leído a lo largo y ancho del país. Ahora, que estoy en una etapa un poco distinta de mi vida, quiero dejar de estar tan presente. Ahora me quiero reservar para mí. Así es que: ¡hasta la próxima!