Néstor García Canclini: “Necesitamos revertir la desdemocratización neoliberal extendida por las ultraderechas”
Néstor García Canclini es la voz autorizada para hablar sobre la situación de las políticas culturales hoy en América Latina. La República conversó con este gigante del pensamiento y la crítica.

El argentino Néstor García Canclini es una figura fundamental del pensamiento latinoamericano. Sus teorías sobre la cultura, la modernidad y la globalización, a saber, han marcado un magisterio que influye en académicos, estudiantes y profesionales. Sus libros, como Culturas híbridas (1990) y Consumidores y ciudadanos (1995), mantienen su vigencia, más aún en tiempos como los que corren. Néstor García Canclini participó en el evento Política cultural y desarrollo sostenible: un diálogo global, el cual fue organizado, en noviembre, por la PUCP y la revista científica Cultural Trends, con la conferencia “Políticas culturales en tiempos de plataformas digitales”. En dicho evento, el intelectual argentino recibió también la distinción de doctor honoris causa de la PUCP. La República entrevistó al maestro García Canclini.
-Acaba de estar en Lima. ¿Cuál es la primera impresión que tiene cuando se le menciona a Perú?
-Estuve por primera vez en Perú en 1971. Para un argentino que no conocía el norte andino de su país, llegar a Cusco y Machu Picchu, y al mestizaje limeño, fue aprender otros modos de ser latinoamericano. Había leído a Arguedas, Mariátegui y César Vallejo, pero gracias a ese viaje comencé a pensar nuestros cruces y choques culturales antes de estudiarlos en México. Como ocurre con otras experiencias fuera de casa, Perú es la complicidad que viví con amigos peruanos como María Rosa Alfaro, Luis Peirano, Rafael Roncagliolo y Mirko Lauer. El primer Vargas Llosa me atrajo y publiqué en 1965 una reseña sobre Los jefes en una revista de Buenos Aires. Otras lecturas testimonian mis cambios de preguntas y, por eso, en años recientes, uno de los poetas en español del que me siento más cercano es Mario Montalbetti.
-Las políticas culturales buscan satisfacer las necesidades culturales de la población. En ese fin, el Estado y los agentes sociales son importantes. ¿Considera que esta época representa su reto mayor?
-No es fácil comparar. He vivido y he visto experimentar a otros las dificultades de sostener instituciones culturales durante las dictaduras, sobre todo las del Cono Sur, o en gobiernos indiferentes a los diversos desarrollos de las culturas que coexisten en América Latina, ya sea por orígenes étnicos, indígenas, afroamericanos o por regiones. Como desafíos, luego tenemos el periodo de la pandemia: el obligado cierre de museos, teatros, centros culturales y, en general, de la actividad pública por el confinamiento. Esto detuvo programas culturales, giras de artistas, fuentes de trabajo para todas las artes y las ciencias. Más recientemente vemos que las crisis económicas, ante la contracción de presupuestos nacionales y el mayor endeudamiento externo, llevan a reducir los presupuestos nacionales y también los fondos internacionales de apoyo a la cultura. Una última etapa creo que está hegemonizada por los retos de las plataformas digitales.
-Para no caer en las garras de quienes regulan hoy las plataformas digitales, se requiere de una activa participación ciudadana, pero ¿cómo conseguirlo en tiempos de polarización?
-Estoy de acuerdo en que la polarización política y social obstruye la elaboración conjunta de la convivencia entre culturas y el desarrollo de políticas culturales, pero en países como Brasil y Perú, además de polarización, la existencia de casi cuarenta partidos políticos muestra dispersión, disgregación. A eso hay que agregar otros procesos derivados de la reorganización digital que son desestabilizantes y donde se sustituye la cohesión comunitaria por la relación individual y la agregación algorítmica de comportamientos. La interpelación individual que nos hace el smartphone, las falsas noticias en las redes, el streaming, la piratería u otras formas nuevas de circulación de bienes y mensajes han creado escenarios que distorsionan la participación de los ciudadanos y la colaboración en actividades públicas. Lo que llamamos vida pública pasa a ser gestionada por empresas privadas, sobre todo corporaciones internacionales.
-No deja de ser curioso que el poder político negocie su permanencia precisamente en el poder y sea el circuito cultural el que busque solución a los problemas actuales, porque a la polarización, debemos sumar la crisis climática.
-La desatención a las emergencias ecológicas y el avance de empresas extractivistas, así como las luchas desreguladas entre corporaciones transnacionales efectivamente han agudizado la crisis climática. Sin embargo, colocaría en un mismo nivel de gravedad la desposesión de datos y la intervención de las plataformas en la convivencia social. Es responsabilidad de los poderes políticos, de los gobiernos nacionales y los organismos internacionales, que se agrave la descomposición ecológica del planeta y la convivencia internacional. Como se ha demostrado en muchas investigaciones, la actual desintegración de la esfera pública o las crisis de representación social de las mayorías se deben a la desconexión de las élites políticas respecto de los intereses y las dinámicas sociales y comunitarias, así como la extendida sensación de los ciudadanos de que la corrupción se ha adueñado de la competencia por el poder.
-Uno de los temas en discusión hoy es la libertad de expresión. Ahora parece que todo lo decide el algoritmo. ¿Este peligro tiene solución?
-Sin duda, lo que el liberalismo clásico denomina libertad de expresión es una necesidad básica para que exista democracia y formas pacíficas de convivencia. Sin embargo, no podemos olvidar que aún en las épocas con gobiernos liberales, la libertad de expresión estaba desigualmente repartida. La inequidad económica y social, la discriminación a las minorías (a veces a las mayorías) de pueblos originarios han conspirado contra la posibilidad de expresarse libremente. ¿Qué libertad de expresión tienen los indígenas que no pueden defenderse ante la justicia en su propia lengua o que están obligados a emigrar para encontrar trabajo más digno? Cuando recorremos los estudios antropológicos en América Latina, sobre todo los referidos a migración e interacciones interculturales, hallamos constante inequidad entre las poblaciones indígenas o pobres y quienes controlan los desarrollos modernos, urbanos, industrializados de las sociedades. A veces nos encontramos con la sorpresa de que los migrantes a Estados Unidos saben hablar su lengua indígena y el inglés, más que el español en el cual fueron instruidos unos pocos años en la escuela. Esto hace difícil que muchísimos mexicanos, peruanos o guatemaltecos puedan participar y ser reconocidos en sus propias naciones.
-¿Cómo mantener las políticas culturales en América Latina cuando los gobiernos las definen de acuerdo con su cariz ideológico o político?
-Estoy de acuerdo en que los sesgos ideológicos y políticos afectan las políticas culturales y crean discontinuidad. Programas valiosos e instituciones culturales son sacudidas por la inestabilidad y a veces liderazgos personales. También contribuye la escasez de investigación que haga visibles las necesidades de los usuarios y de las comunidades. En otros países, notoriamente los de Europa occidental, aunque cambien los signos políticos de los gobiernos, hay instituciones que permanecen, publicaciones que se siguen haciendo y sobre todo investigaciones sobre las prácticas culturales de los ciudadanos, sobre el consumo cultural, que tienen continuidad y posibilidad comparativa más allá de que se alternen autoridades de un partido u otro. En América Latina, aun en los países con mayor desarrollo científico, político y social, se realiza de vez en cuando una investigación pública sobre estos temas, como consumos culturales, prácticas habituales de la población, y luego no se les da continuidad.

Néstor García Canclini: "¿Qué libertad de expresión tienen los indígenas que no pueden defenderse ante la justicia en su propia lengua o que están obligados a emigrar para encontrar trabajo más digno?". Foto: PUCP.
-¿Puede dar un ejemplo de lo que dice?
-En México he estado relacionado con algunos estudios de consumo cultural y de los hábitos sociales y culturales de los jóvenes. Se hizo una primera encuesta nacional sobre jóvenes de 15 a 29 años en el año 2000, otra en 2005, en la que tuve oportunidad de participar en su diseño. En 2010 mantuvimos las preguntas de las encuestas anteriores, para darle continuidad comparativa, y quisimos añadir otras que se imponían por el agravamiento de la violencia, como una sección sobre riesgo y agencia de los jóvenes. Desde el gobierno nos comunicaron que no iban a financiar ese tipo de indagación. No se interesaban en conocer los comportamientos de las nuevas generaciones ni por qué tipos de precariedad los jóvenes veían como opción de vida las ofertas de empleo de los cárteles.
-¿Pero ha habido avances?
-Se ha avanzado parcialmente en algunos países latinoamericanos para obtener información de hábitos culturales, de desarrollo de la infraestructura productiva y de comunicación en el siglo XXI, tenemos más datos que en el siglo XX, pero estas discontinuidades y esta distorsión ideológica o indiferencia a las poblaciones quitan solidez a cualquier política cultural. Si no sabemos con qué población estamos trabajando, si no la escuchamos, ¿cómo diseñar políticas consistentes y eficaces?
-Las políticas culturales son cruciales en la lucha contra la violencia y la inseguridad. Pero al parecer a ciertos gobiernos corruptos, o con indicios de corrupción, les conviene más un país con inseguridad.
-No lo diría de esa forma. La experiencia de las últimas décadas es que a ningún país le conviene la inseguridad y tampoco a las empresas que trabajan dentro de la formalidad. Me parece que el problema reside más bien en la complicidad de muchos gobiernos con los cárteles, con organizaciones corruptas y delictivas que impulsan la violencia. Estamos en una etapa alarmantemente grave, en la cual centenares de políticos y líderes de movimientos ambientales, feministas, por la democratización de la participación social o de los pueblos originarios son asesinados.
-En este contexto, ¿las humanidades terminarán siendo el verdadero refugio?
-¿Por qué solo las humanidades? Me parece escuchar en esta pregunta la esperanza de que el humanismo nos reconcilie o nos haga llegar a una vida más pacífica y productiva, más justa con la totalidad de la población, con una distribución de los bienes que reconozca las aportaciones de todos al bienestar común. Es una tarea, por supuesto, de las humanidades y las ciencias sociales, pero también de todas las otras ciencias: las que nos hablan de cómo se administra el agua, los bienes naturales, los alimentos, y también es una responsabilidad de otros sectores y movimientos sociales, y por supuesto de los partidos políticos.
-¿Cómo ve la producción cultural en América Latina?
-En la reunión internacional sobre políticas culturales en la que acabo de participar, organizada por la revista inglesa Cultural Trends y por la Pontificia Universidad Católica del Perú, con el auspicio de organismos internacionales como la OEI y la UNESCO, escuchamos datos sobre la reducción del financiamiento nacional e internacional para cultura. También del desvío de fondos que antes eran destinados a actividades artísticas o culturales y ahora van para otros campos que pueden ser necesarios, como la salud, especialmente desde la pandemia, o para la militarización creciente en todo el mundo.
-Es un escenario muy difícil.
-Hemos pasado de una época de impulso a las industrias culturales y de desarrollo insuficiente de las culturas locales y regionales a una época de subordinación de todos a la transnacionalización corporativa y a su lógica económica muy selectiva que solo beneficia a minorías. Una sustitución conceptual revela este proceso: desde hace unos 30 años pasamos de las políticas culturales a hablar de gestión cultural, de regular las industrias comunicacionales a las llamadas economías creativas. En pocas palabras, delegan las responsabilidades públicas de las políticas culturales gubernamentales al emprendimiento individual competitivo, especialmente en las generaciones más jóvenes. Unos pocos pueden participar activa y sostenidamente en este tipo de producción cultural, pero la mayoría queda excluida, en tanto productores y como consumidores o beneficiarios de los desarrollos artísticos, científicos y culturales. La expansión de las plataformas y de la Inteligencia Artificial está acelerando estos procesos. Nos resulta difícil imaginar cómo resistir y revertirlos. Algunos se atrincheran en las culturas comunitarias tradicionales o en movimientos de resistencia en los que minorías juveniles están activas. Necesitamos más investigación sobre el sentido común de las mayorías, revertir la desdemocratización neoliberal extendida por las ultraderechas e inventar acciones creíbles, más allá de las inercias descompuestas de los partidos.
















