
El malestar de la cultura: sobre "Bastan dos espejos enfrentados para crear un laberinto" de Darío Escobar
El oro es uno de los elementos constantes en el trabajo del artista guatemalteco Darío Escobar y no como símbolo de lujo. Va hasta el 2 de agosto en Livia Benavides Galería (Malecón Pazos 252, Barranco).

Leyla Aboudayeh*
“Siempre hay una segunda primera vez”, dice Darío Escobar, al volver a Lima veintiséis años después de su primera muestra internacional en la 2da Bienal Iberoamericana, cuando un vaso de McDonald’s cubierto con pan de oro sorprendió al público con su mezcla de crítica, historia y cultura pop. Esa operación estética y política continúa vigente hoy, cuando presenta en Lima nuevas piezas que insisten en su mirada sobre la violencia, el consumo y el poder simbólico de los objetos.
Escobar no se detiene en fórmulas. Insiste en pensar desde la complejidad. “Mi trabajo como artista inicia justo en la anulación de los límites entre lo popular y la alta cultura. ¿Quién dibuja los límites?”, se pregunta. Su obra, como señala el curador Javier Payeras, parte de una idea que antecede al boceto: “el pensamiento expandido”. Una práctica donde pensamiento, intuición, teoría y crítica se cruzan. “No me interesa ilustrar la realidad. Estoy más cerca del arte como sugestión, como evocación intensa. Como el teatro Noh, donde un trozo de seda azul puede ser el mar”, dice Escobar.
El artista guatemalteco ha construido una trayectoria sólida a partir de objetos ordinarios: bicicletas, pelotas, señales, balas, envases. Pero cada pieza revela algo más profundo que su forma inicial. “La elección de los objetos es racional: observo, selecciono, propongo nuevos valores simbólicos. Me interesa mostrar lo que se desecha, trabajar con la segunda lectura de las cosas. Vivimos en una cultura de consumo que desecha objetos, ideas, ideologías. Todo es efímero”.
Frente a esa fugacidad, Escobar instala densidad. Sus piezas no solo encarnan la historia de los materiales, sino también las tensiones que persisten en el presente. “No reacciono al contexto inmediato. Me interesa el malestar en la cultura que se renueva generación tras generación. Hoy, ese malestar tiene que ver con la velocidad, con el ruido, con la saturación”.

“El artista guatemalteco ha construido una trayectoria sólida a partir de objetos ordinarios: bicicletas, pelotas, señales, balas, envases”. Imagen: Difusión.
Uno de los elementos constantes en su trabajo es el oro. No como símbolo de lujo, sino como materia herida. En su obra, el oro aparece cubriendo objetos dañados: balas, metales industriales, fragmentos atravesados por violencia. “¿Cómo crees que funciona este metal en las transacciones económicas, culturales y sociales de hoy? El oro ha estado siempre en el centro: desde la colonización hasta los conflictos extractivos actuales”.
Para un país como el Perú, marcado por una historia virreinal y una economía basada en la extracción de metales preciosos, este gesto tiene múltiples ecos. “Visitamos con mi amigo Patrick Hamilton el centro histórico de Lima, iglesias y museos. Al ver tanto arte barroco, le dije algo muy simple: nuestra falta de autoconocimiento nos hace parecernos a un perro que gira intentando morderse la cola que no reconoce como propia”.
Ese desconocimiento genera tensiones irresueltas. “No me interesa adaptarme a ideas que me encasillen. Abogo por una mirada crítica que no simplifique nuestras densidades culturales. Nada es realmente nuevo. Siempre habrá Otelos, Yagos y Desdémonas. Solo cambian los nombres y los contextos”.
Darío Escobar evita lo explícito. No busca denunciar, sino evocar. “La violencia no es exclusiva de nuestra época. Está en nuestras religiones, en los relatos heroicos, en la idea de éxito. Me interesa cómo la violencia puede convivir con la poética. Como en un retablo barroco donde un mártir se desangra con dramatismo. Como en las litografías de Warhol sobre accidentes y sillas eléctricas”.
Esa distancia de lo literal le permite sostener la metáfora. “Quizá sea el espectador quien debe responder cómo logro mantenerla viva. Aquí se acaba el manual de las buenas intenciones”, dice con ironía. No se trata de ilustrar, sino de abrir otras formas de percepción. “Ninguna obra va a cambiar la realidad, pero sí puede cambiar nuestra forma de verla”.
Volver a Lima no es solo un gesto simbólico. Es parte de un ciclo. Una forma de volver al origen desde otra mirada. “Los referentes siguen intactos porque siguen diciéndome cosas. Me siguen ampliando posibilidades”, afirma.
En un continente como el nuestro, donde el oro brilla tanto como sangra, y donde la historia persiste en los muros coloniales y en los conflictos sociales, la obra de Escobar invita a pensar y a recuperar los objetos caídos del sistema, a mirar con atención aquello que se desecha. Y, como él mismo dice, a encontrar en la sensibilidad una forma posible de complicidad.
*Directora de Casa Fugaz y fundadora de Vocablo del Arte (vocablodelarte.com).