Cultural

Augusto Wong Campos: “Este libro también es la media naranja de Cien años de soledad”

Estudioso literario es uno de los editores de Las cartas del boom, libro que recoge la correspondencia entre Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa.

Augusto Wong, literario. Foto: Félix Contreras/La República
Augusto Wong, literario. Foto: Félix Contreras/La República

Leer Las cartas del boom (Alfaguara) es como sentarse en primera fila en un conversatorio de Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa. Ese hermoso regalo ha sido posible gracias a los editores Carlos Aguirre, Gerald Martin, Javier Munguía y Augusto Wong Campos, a quien aquí entrevistamos.

El libro reúne la correspondencia de los cuatro escritores citados. La iniciativa de reunir las cartas en libro precisamente fue de Augusto Wong, pues, gracias a la generosidad de los otros editores, pudo tener en mano todas las misivas que recoge este libro.

Ellos viajaron a la Universidad de Princeton en épocas bastantes difíciles y gracias a esa amistad me compartieron esos materiales que estaban en un desorden. No tenían el orden que tienen actualmente, que es una forma de conversación. Esa tarea me tocó a mí, pero, sin duda, ellos fueron los que empezaron con su acto de generosidad”, explica Augusto Wong.

 Las cartas del Boom. Foto: composiciónLR

Las cartas del Boom. Foto: composiciónLR

—¿En qué momento se concibe el libro como está ahora?

—En el momento que lo transcribo y les digo: “Aquí hay un libro”. Por qué no hacemos un libro, aunque sea solo para nosotros, aunque lo leamos solo nosotros. Luego Carlos tuvo la idea de proponerlo a la editorial, a ver si había interés. Aunque el libro no cuenta intimidades, no deja de ser un material de cierta privacidad por las confidencias literarias. Eso ha sido una ventaja.

—Los han reunido bajo cuatro criterios: libros totalizantes, la amistad, la política y difusión de sus libros…

—Así es. Nosotros llegamos a ese acuerdo tras una discusión. Pero primero hay que atribuirle y agradecerle, cronológicamente, a José Donoso, porque fue Donoso el primero que en su Historia personal del boom dijo, con todas sus letras, que, para bien o para mal, el centro, el núcleo del boom eran cuatro escritores. Los nombró y los explicó.

—¿Solo eran los cuatro que se ajustaban a las cuatro reglas?

—Así es. Estamos hablando como de 20 autores, todos ellos cumplen algunas de esas cuatro reglas que hemos indicado, pero solamente estos cuatro tenían las cuatro reglas al mismo tiempo, y veo que García Márquez fue quien llevó eso a su culminación y se convirtió en el novelista incontestable. Tras 50 años, ahora podemos ver que son cuatro clásicos.

—Entre los cuatro, Cortázar era el mayor y, precisamente, Fuentes es quien primero le escribe y allí comienza la pachanga.

—Cortázar fue siempre como el gran maestro de ceremonia dentro del boom, era el mayor, pero al mismo tiempo el más contemporáneo, el más joven. Es una situación muy especial la de Cortázar. La relación más profunda probablemente o más constante que aparece en el libro como documento es la de Cortázar y Fuentes, pero en la década del 60, que es la que nos interesa como lectores de este libro, creo que la que realmente mueve esa amistad a plenitud de una manera pragmática, humorística, hasta erudita, es la de García Márquez con Fuentes. Es la correspondencia que más ha sobrevivido y el milagro de ver cómo se va escribiendo Cien años de soledad. Este libro también es la media naranja de Cien años de soledad. Creo que no hay lector que ame o que odie Cien años de soledad que deba dejar de leer este libro. Simplemente no solo muestra cómo Gabo llegó a escribir esta novela en ese momento con su testimonio, sino cómo trató de deshacerse de esa fama por esa novela. Y más de una vez dice: “Estoy escribiendo una novela para que solo la lean y la comprendan quienes saben de literatura”.

—Que son muy pocos, dijo.

—Exactamente. Ese atrevimiento que esté aquí expresado a propósito de ese gran bestseller, el Quijote latinoamericano, creo que es muy atractivo no solamente para los que aman a Gabo y Cien años de soledad, sino también para quienes detestan esa novela y van a descubrir que es un hombre que tiene una capacidad autocrítica tan grande como las que tienen Vargas Llosa, Fuentes, que son considerados mucho más intelectuales. Yo creo que aquí la gran desmitificación de este libro también es ver la gran capacidad intelectual que tiene Gabo. No solo es pragmático de la política, de los libros, pues quiere ganar derechos para los escritores.

—Tremendo, Gabo. Dice que el 10% de los derechos de autor que dan las editoriales es un robo, un robo los anticipos de traducción y hasta los países socialistas les roban…

—Y eso permanece inmutable 50 años después. Y él también aceptó la regla del juego, aunque en un momento quiso imponer sus reglas, pero, finalmente, no pudo. Pero él es quien dice las cosas sin medias tintas.

—Y, de los cuatro, Gabo también es el más tropical. Si revisamos sus cartas, aparecen las ‘lisuras’…

—Vargas Llosa también, cuando se refiere a la nouveau roman, dice: “No vamos a permitir que estos babosos destruyan la novela como han destruido la pintura…”.

—Sí, pero Gabo dice: “Si nuestros amigos cubanos se van a convertir en nuestros policías, se van a llevar, al mensos de mi parte, una buena mandada a la mierda”.

—Sí, es el que tiene más lo coloquial como parte de su comunicación intelectual, como corresponde. Es decir, no hay nada allí solemne. Hay toda la conciencia de quién es él y qué está haciendo, y de cómo se descubre. En realidad, esos son los años en que él descubre una forma de ser y una forma de escribir, que era un poco distinta de lo que él había hecho antes.

—Ahora, como grupos, hay actitudes. Gabo dice, humorísticamente: “Somos la mafia”.

—(Risas) Con una sinceridad alarmante. Y lo eran. Pero, si hay una mafia beneficiosa para los demás, fue esta, porque, textualmente, cuando dice él: “Se les jode todo cuando tratan de criticarnos y escribir novelas mejores que las nuestras”. Y es que Venía Martha Traba y otros y decían que ellos eran especialmente una mafia, pero se estrellaba siempre contra la calidad de esas novelas que hasta ahora son referentes.

—Podemos rastrear la crítica que hacían. Cortázar le dice a Fuentes: “Es tan fácil quedar bien con un autor amigo cuando su libro es mediocre y correcto”. El grupo ejercita la crítica.

—La crítica que no es amable. Es decir, es una crítica pura en el sentido de que ellos saben que no son perfectos, saben que todavía hay cumbres por alcanzar. Probablemente a mucha gente le gustará que Cortázar se rinda, solamente ante Aura, pero no; Cortázar critica La muerte de Artemio Cruz. A La región más transparente también le señala sus caídas.

—Tenía claro que ser amigos no le impedía señalar las fallas de los libros de sus amigos.

—Es una cosa totalmente única, aunque Gabo sí practicaba esa manera diplomática con los amigos. Entrelíneas se lee que no cree que La casa verde es la cumbre de Vargas Llosa, cree que todavía tiene mucho que dar. Por ejemplo, hay momentos en que dice que estos gacetilleros en México critican La casa verde diciendo que es una novela sociológica, que no saben lo que es escribir esa novela. No dice que es una obra maestra, dice que de todas maneras es un monumento, maltrecho si se quiere, pero no han entendido la complejidad de esa gran novela.

—Fuentes, más radical, dice que en Latinoamérica no hay críticos, los únicos críticos son los escritores.

—Este libro parecería comprobarlo, pero no. A lo que invita este libro es también a discrepar, pues no todo lo que dicen es cierto.

—Exacto, ahí estaba Miguel Oviedo, Octavio Paz, Emir Rodríguez Monegal, Luis Harss.

—Exactamente, Luis Harss, cuyo libro Los nuestros creo que nunca termina de valorarse como un ejercicio crítico, pero es bastante severo, les da palos a todos.

—La “mafia” no las tenía todas…

—Verdad, con respecto a lo que me decías, que Gabo trata con humor su pertenencia a una mafia, lo más chistoso es que habla de esto antes de Cien años de soledad. Quedaría ridículo si no hubiera escrito Cien años de soledad. Es decir, nosotros, con la perspectiva que tenemos, decimos cómo es posible que este hombre esté hablando, 65, 66, un año, dos años antes de que publique su gran novela, de que él pertenece a una elite de escritores.

—Cuando todavía no era lo que llegó a ser…

—Claro, en estas cartas está como Cristo diciendo yo voy a ser el redentor y ustedes van a ser mis reyes magos, porque más o menos así ha terminado, porque los otros tres se rindieron totalmente a Cien años de soledad.

-Mismo gran jefe…

-Yo no dejo de imaginarme que Gabo es como la combinación perfecta, bellísima, de Michael Corleone, que terminó liquidando a todos los que se le oponían.

-García Márquez incluso engulle algunos personajes de las novelas de Cortázar y Fuentes en Cien años de soledad…

-Exactamente. Uno quisiera explicarse por qué García Márquez da guiños en Cien años de soledad a personajes de Carpentier, de Fuentes, de Cortázar, de Vargas Llosa. Hay una, debatible, pero bonita teoría. Decía Gabo que la madre Patrocinio de La casa verde es la que recoge al último Buendía en esa novela de Gabo. Es una hermosa teoría y cada quien creerá o descreerá de ella. Yo soy de los que cree que es totalmente legítima. Así, a quienes se pregunten cuáles son las fuentes de Cien años de soledad, este libro ofrece de una manera explícita, rotunda, hasta inverosímil, una respuesta. Este libro parece del realismo mágico, son cuatro personas con unos egos descomunales que tuvieron la sensación de que estaban escribiendo libros parecidos, con una recepción parecida, que se alegraban de sus éxitos, que se promovían y se concebían como una sola literatura, unidos por aspiraciones que probablemente no compartimos desde el lado político, revolucionario, pero que no han cambiado en cuanto a sus fines literarios. Cien años de soledad es una novela no sólo intemporal sino además muy de su tiempo, pues tenía una visión política, ideológica detrás muy específica. Todas las mejores novelas del Boom tienen esta doble cualidad.

-Ellos, como amigos, además de que conversaban, se carteaban, pero sobre todos escribían uno sobre el otro y viceversa. ¿Hoy en día los escritores son más insulares en ese sentido?

-No estoy tan seguro de que sea así. Yo creo que todavía escriben unos sobre otros así sea de modo esporádico pero significativo si uno toma nota de algunos signos. El colombiano Juan Gabriel Vásquez no sólo ha celebrado Las cartas del Boom sino que promueve a su colega mexicana Fernanda Melchor, gran escritora como él, y lo hace desde una revista como The New Yorker. Son comentarios siempre elogiosos pero es una generosidad y conciencia latinoamericana que en algunos como ellos no se ha perdido. Hay que tener esperanzas de que libros como este epistolario que hemos editado no sólo sean un placer de lector sino una incitación a entendernos como algo más allá que sólo peruanos o colombianos, es decir como latinoamericanos, eso que Fuentes llamaba "el territorio de La Mancha" y que incluía a toda la lengua española, aunque sin prescindir de la cultura brasileña.

-Sí, pero no tienen la coincidencia de que pertenezcan a un núcleo, que sean amigos. Estos cuatro, entre ellos, se consolidaban cada vez más. Por ejemplo, Vargas Llosa escribió “Cien años de soledad: el Amadís de América” y sobre Cortázar “Rayuela, de Julio Cortázar. Un libro mayor”; García Márquez sobre Fuentes “Carlos Fuentes dos veces bueno”.

-Es cierto, pero hay un gran elemento de azar irrepetible en el Boom, algo que no puede fabricarse. Ellos se dieron cuenta de que valían de una manera equivalente. Habían escrito libros de importancia de equivalente y no podían dejar de compartirlos con los demás, algo que, probablemente, no se ha visto, aunque sí de un modo más voluntarioso que real en la Generación del 27. El Boom ha sido un momento muy importante porque había la sensación de que era una comunidad. Ha sido el último en la historia de la literatura hasta ahora. Con toda presunción, con audacia, nosotros hemos dicho que este libro es como tener a Joyce, Proust, Kafka y Faulkner reunidos conversando. Eso para hacer una extrapolación con otros escritores del siglo XX que son fundamentales. Puede que sea irrepetible.

-Siempre se ha reclamado la ausencia de las mujeres en el Boom. Se dice que Elena Garro con su novela Los recuerdos del porvenir es un antecedente de los real maravilloso, pero en el libro descubro que Elena Garro le daba palos a los del Boom…

-Y es una cosa muy saludable, es algo sobre lo que he escrito un texto largo para la revista "Calle del Aire" de Juan Bonilla. Yo tengo una gran admiración por Elena Garro y devoción por Octavio Paz, y unos no excluyen a los otros en absoluto.

-Pero ella no formó parte del Boom…

-Es que, en realidad, siempre será parte del Boom también, a pesar de ella misma. Mario Benedetti, uno de los grandes escritores de esa época, se hizo daño –voy a llegar al caso de Garro explicándote lo de Benedetti- cuando escribió unos 15 libros en la década del 60. Ese exceso de obras que escribió, cuentos, novelas, poemarios, ensayos, distorsionó la imagen que se tenía de él. Publicó tanto que ya no se sabía qué era él, ¿novelista, cuentista, poeta, ensayista? El mismo perjudicó su imagen y, como Cabrera Infante, dijo: “yo no soy parte de ese grupo”. Y sin embargo tenía amistad con ellos y los promovió desde Cuba porque se convirtió en editor y crítico literario de los cuatro.

-¿Cómo tomamos el caso de Elena Garro?

-Elena Garro es el caso exactamente opuesto. Escribió una sola novela, que es una obra maestra, pero un solo libro no hace un verano, no consolida una reputación como las que tuvo la jefatura del Boom. En el Boom, esas cuatro reglas del Boom que hemos explicado, se pueden reducir a dos, es algo que solamente me he explicado después. Una, es tener un conjunto de libros de relevancia, lo que se llama una "oeuvre". Es decir, no bastaba para Fuentes haber escrito La región más transparente. Cortázar no solamente es el autor de Rayuela. García Márquez no es autor solamente de Cien años de soledad. Vargas Llosa no hubiera sido autor del Boom solamente con La ciudad y los perros. En este libro lo que queda claro es que sólo cuando Vargas Llosa publica una siguiente novela, La casa verde, se consagra como autor central de ese fenómeno, porque ya tenía no una sino dos novelas fuera de serie. Y lo mismo en cuanto a Gabo, cuya novela Cien años de soledad corona una obra, no era su única obra maestra porque antes de ella contaba con El coronel no tiene quien le escriba, cuentos memorables y hasta aquel reportaje sobre el náufrago que no existía en libro. Él mismo decía que había escrito Cien años soledad para que lean El coronel no tiene quien le escriba, lo que apunta a su rechazo de que se le considerara como un "one-hit wonder".

-Lo otro es el trabajo de la crítica…

-Sí, ya estaban Ángel Rama, o Luis Harss, quien antes de Cien años de soledad incluye a Gabo en Los nuestros. Hay una carta un poco deprimente para Donoso. Fuentes recomendó a Donoso para el libro de Los nuestros, pero Harss le responde: “Gabo nos ha prestado los libros de Donoso, pero no los considero lo suficientemente buenos como para incluirlo en el libro”. En ese sentido, Gabo fue casi un predestinado y estaba respaldado por una obra muy importante antes de Cien años de soledad. No es el caso de Garro. Ella es una gran escritora, pero de una sola novela. Se podrá decir que tendrá buen teatro, buenos cuentos, pero se necesitaba de un conjunto de obras sólidas, en serie. Y otra cosa, algo que no tenía Donoso, una personalidad intelectual que escribiera y se pronunciara literaria y políticamente, que hiciera sentir su presencia y que se convirtiera en un portavoz primero de su país, como lo han sido Gabo, Vargas Llosa, Cortázar, Fuentes, y ser tomados en cuenta y que fuesen percibidos como personajes de poder intelectual. Los cuatro se convierten en eso, no solo por sus libros y su amistad sino también por una vocación cívica y política.

-La cuestión política los unió, como la revolución cubana, la opción ideológica, pero, paradójicamente, eso mismo los separó.

-Por lo menos separó a algunos…

-Claro, Gabo y Cortázar se mantuvieron con la revolución cubana.

-Además, Fuentes no se peleaba con los escritores por cuestiones políticas. Bueno, eso ya es una historia bien conocida. Pero esa coincidencia con la revolución cubana ha sido una gran coincidencia, irrepetible, porque la revolución cubana ahora es inexplicable para muchas personas, pero en ese momento era el suceso más importante del siglo en el continente. En eso coincidió con estos cuatro autores y se dio una relación de simbiosis, en la que ellos se beneficiaban y la revolución se beneficiaba promoviéndolos. No se puede decir que uno sacó provecho del otro, sino que fueron dos caminos que en un momento terminaron convergiendo y entrelazándose. Los cuatro apoyaron resueltamente esa revolución y luego se separaron. Esa convergencia en esa década definitivamente ha sido importantísima para que ellos fueran vistos como las figuras intelectuales que han sido en la década siguiente. No ha sido el caso de Garro ni de Elena Poniatowska, que escribió buenos libros, que es una mujer con obras, pero que las escribió sólo después de los años 60 porque entonces ella se dedicaba solamente a los reportajes en revistas y diarios.

-Y volvemos a la ausencia de mujeres en el Boom…

-La pregunta frecuente de la ausencia de mujeres en el Boom está planteada de una forma que no es la más adecuada, porque no se puede fabricar eso, cómo creas a un autor de una obra maestra con novela maestra tras novela maestra. Cortázar era un autor de libros reverenciados antes de Rayuela; Vargas Llosa, igual. Y ya hemos hablado de Gabo. Eso es lo que no tiene nadie, el respaldo de una obra sólida y extensa, se diría sistemática, y en ese momento propicio de los 60. Creo que en la ausencia de mujeres en el Boom no hay ninguna discriminación de género, sino simplemente de calidad, de circunstancias, de suerte también. Donoso no tuvo la suerte que tuvieron ellos, no tuvo tampoco la vocación política; ni tampoco Manuel Puig o Vicente Leñero o Carlos Martínez Moreno; Benedetti no tuvo la recepción que tuvieron esos 4.

-El libro tiene un trabajo de notas a pie de página que realmente ilustran al lector

--Lo que hemos querido hacer con ese tipo de notas es mostrar la complejidad de cada uno. Cada uno de ellos asumía su posición política de una manera diferente. Hay un momento en que Gabo le dice a Mario: sé que ustedes han participado en un evento político en la Cité, en París, en donde los han criticado, insultado… eso les pasa a ustedes porque son mártires. Yo estoy a salvo de esas cosas. Y es que él no participaba explícitamente en actos políticos, por eso no firmó la carta de Padilla. Y Fuentes participaba, pero hasta cierto punto también; supo guardar silencio o discreción cuando los cubanos lo insultaron públicamente, por ejemplo, y como se ve en el libro. Probablemente Fuentes fue el más diplomático de los cuatro. Creo que García Márquez aprendió eso con los años, porque cuando la revolución cubana pierde credibilidad, cae el muro de Berlín, él pasa a ser como un revolucionario emérito, ya no hace la militancia que vemos en este libro. Pero él fue siempre crítico de la revolución cubana y eso es algo que le gusta a la gente pasar por alto. Yo creo que el epistolario que Gabo tiene con Plinio Apuleyo Mendoza, su amigo íntimo, un epistolario que está todavía inédito, si es visto con la comprensión que merece, evidencia, para empezar, que no era el sectario o el cortesano que quieren mostrar. Recuerda que cuando Gabo murió, la familia recibió condolencias de Putin, de Obama, del Partido Comunista Chino. Ningún otro escritor del siglo reúne esa popularidad y se entiende por el manejo político que tuvo Gabo, que hizo que su familia recibiera condolencias de todo el espectro. Ese es el reconocimiento que el hombre no era un oportunista. Era un hombre que aprendió, probablemente, la diplomacia de Fuentes, hasta cierto punto. Y se volvió más diplomático que Fuentes, pero partiendo de un pragmatismo.

-Y es que la política siempre coloca en dilemas…

-A mucha gente no le gustará, porque es más fácil la cuestión de bandos. En ese sentido, Cortázar y Vargas Llosa son los más militantes, son los que quieren, como dice Mario, apretar los dientes y seguir adelante en el bando que él cree que es el correcto. Esas son las zonas grises que tiene la política en todas partes.

-Podemos concluir, ¿este libro ofrece también el retrato de cada uno de ellos?

Es, como lo decimos nosotros, cuatro evangelistas contando el mismo milagro cada quien a su manera.