“La vida es bella” cumple 25 años: cuando ni la guerra puede quebrar el amor de un padre
“El sacrificio que mi padre hizo por mí”, es la frase que puso fin a una historia que en 1997 el mundo amó. Benigni ganó un Oscar y el público, una cinta inolvidable.
A lo largo de los años, el cine ha dado películas en las que el amor de los padres ha sido el protagonista. “En búsqueda de la felicidad” o “Yo soy Sam” nos recuerdan que este sentimiento es inquebrantable, sin importar el contexto o el tiempo. Es por eso que “La vida es bella” (Roberto Beningni) usó esta idea para dar vida a una de las películas más aclamadas de los últimos 30 años. Con una trama particular, unió el drama con la comedia a través de un hecho histórico que no debe repetirse: la guerra.
Plasmada en épocas del fascismo italiano, y a poco de la llegada de la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto nazi, “La vida es bella” cumple 25 años de haber narrado una historia con una lección de vida, aquella en la que se coloca al amor como la clave para resistir a un entorno duro y desesperanzador.
“La vida es bella”, la película que nos debe lágrimas
La cinta nos muestra a Guido Orefice, un judío italiano dueño de una librería. Tras enamorarse de Dora, se juega el todo por el todo con ella y forman una familia al lado de su hijo Giosuè. Quizá la vida de la familia pudo haber sido un campo de rosas, pero la cinta nos recuerda, en más de una ocasión, que lo peor está por venir.
Giorgio Cantarini grabó "La vida es bella" cuando tenía 5 años. Foto: Miramax
Con la llegada del nazismo, Guido, al pertenecer a una familia judía, es objeto de encarcelamiento, al igual que su tío, y Giosuè. Tras ser capturados, el hombre debe emplear su imaginación para proteger a su pequeño de los horrores de un campo de concentración y así, si el tiempo se lo permite, volver a reunirse con su amada Dora.
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Con momentos donde nos olvidamos el contexto de la trama, Benigni nos llevó a través de escenas, en las que el diálogo pasa a segundo plano y sus gestos y mímicas son los protagonistas. El guion transformó la más cruel tortura en un juego a través de una realidad alterna en la que el padre y el niño jugaban y la libertad todavía existía más allá de la palabra.
De todos los momentos cumbres de la cinta, es difícil olvidar la muerte de Guido, quien hasta su último suspiro le dijo a su hijo que lo amaba y que se oculte porque estaba a punto de ganar el juego que él había creado. El hombre es ejecutado cumpliendo la promesa de que su niño nunca supiera el horror de la guerra.
El desenlace, en el que Giosuè y su madre se encuentran, también tiene una frase especial. Tras salir de su escondite, el pequeño se topa con un tanque estadounidense. Uno de los operarios lo lleva en hombros y el muchacho ve a su madre junto al resto de prisioneros. Aquí notamos que la voz en off, al principio de la película, es la del personaje, pero en su versión adulta. Él dice: “Esta es mi historia. Ese es el sacrificio que hizo mi padre. Aquel fue el regalo que tenía para mí”.
La euforia de Roberto Benigni y un discurso para la historia de los Oscar
En la memoria de todos ha quedado grabado aquel grito de Sofía Loren en los Oscar de 1999, en los que ella presentó el premio a mejor película extranjera. El ícono del cine no ocultó su emoción al ver que Italia se llevaba el reconocimiento con una obra que marcaría a público hasta el día de hoy. Un eufórico Roberto Beningni subiría dos veces al escenario aquella noche al ganar también como mejor actor por su interpretación en la cinta.
Y es que los saltos y aplausos que vio el mundo fueron válidos. Benigni dirigió, escribió y protagonizó la película que le daría hasta hoy sus dos Oscar. Si la gente no olvida la trama, tampoco su discurso ante Hollywood esa vez, uno en el que recordó que la pobreza fue el mejor regalo que sus padres le dieron y que por el amor existimos. Sus palabras las cerró dedicándole su trabajo a una sola persona, su esposa, Nicoletta Braschi.