Estos no son los tiempos de la hipersensibilidad, la histeria colectiva o los injustificados linchamientos públicos, como dicen algunos; estamos viviendo los días en que, por fin, al abusador se le extingue la pendejada, a la misoginia se le agota el silencioso encanto, a quienes se esfuerzan por encontrar la estrategia mejor travestida de objetividad para defender lo indefendible, se les ve francamente ridículos; y a quienes ya hemos surcado ese río no nos sorprende ni un poquito cómo hay patrón en el abuso y también en la defensa del abuso. Por eso me apuré en tomar contacto con la actriz Eva Bracamonte en cuanto leí su denuncia por abuso y violencia y misoginia y acoso contra Guillermo Castrillón, director de teatro del que nunca antes había oído; porque sé de memoria cómo opera el manual de defensa del abusador: sus defensores se quedan un ratito en silencio, midiendo la temperatura de las aguas para, cuando la cosa se enfría luego del golpe que genera la denuncia y el maretazo de solidaridad que esta despierta, aparecer con el propósito de ningunear al denunciante, exigir evidencia del abuso y poner en duda los motivos de la denuncia. Generalmente en ese orden. Vea nada más la reacción de Alejandro Bermúdez –entre muchas otras– en respuesta a mi denuncia o la de Guillermo Castrillón y sus cómplices frente a Eva Bracamonte, o la de Verónica Ferrari y las suyas ante sus denunciantes; encontrará siempre el mismo patrón. Pero al final, de esto tengo evidencia de sobra, la verdad se abre paso. Mi solidaridad con las víctimas, siempre.❧