El Ministerio de Cultura lamentó, el último 6 de mayo, el fallecimiento de Margarita Flores, una de las últimas sabias del pueblo indígena en contacto inicial (PICI) amahuaca, ubicado en Ucayali. El pésame llegó oportunamente un día después de su deceso; sin embargo, la atención médica que pudo evitar su muerte nunca se gestionó, según denunció su bisnieto. Ni siquiera recibía Pensión 65.
“Solo se acuerdan de nosotros para hablar de diversidad”, sentencia, para La República, Gino Machay SaraSara, bisnieto de la difunta. Él recuerda que su bisabuela era conocida como Xapon Jaha, que significa 'Madre del algodón', en lengua amahuaca. Esto debido a su gran talento para las confecciones con este material, lo que le valió ser considerada por el Estado y figurar en distintos documentales y fotografías.
También, resaltó que fue fundadora de la comunidad nativa San Juan de Inuya, lugar situado a 12 horas en embarcación de la provincia de Atalaya, en la región Ucayali.
El Ministerio de Cultura lamentó el fallecimiento de 'Madre del Algodón'. Foto: Mincul
Sin embargo, a pesar del evidente valor cultural, la 'Madre del algodón' nunca recibió Pensión 65. Tampoco pudo atenderse en algún centro de salud cuando enfermó. De hecho, no existe ninguno en la comunidad donde vivía ni en los sectores vecinos. Con la ausencia de ello, se hace patente que, a una semana de su fallecimiento, no se pueden conocer las causas de su deceso.
“Ni siquiera sabemos de qué murió. Ella presentaba síntomas de resfriado, dolores de cabeza, musculares y tenía marcas en el cuerpo. Por ello, creemos que pudo tener dengue o varicela. Igual, solo son especulaciones”, explica Gino Machay.
La única posta médica más cercana se encuentra, a una hora en embarcación, en el caserío La Inmaculada, pero es ineficaz, pues, como denomina Gino, es un “elefante blanqueado”: no tiene personal médico ni kits de salud.
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Frente a este problema, las más de 200 personas que habitan en las comunidades nativas de San Juan de Inuya, Alto Esperanza, San Martín, Raya y los caseríos de San Luis y Villa Mercedes deberían viajar 12 horas en una embarcación para ir al hospital de la provincia de Atalaya. Un viaje que no pueden permitirse por su excesivo costo.
De esta forma, para las más de seis comunidades indígenas, tanto viajar como acceder a un centro de salud representa un lujo.
Ello se sintetiza en una frase que el director de la Escuela de Cine Amazónico, Fernando Valdivia, manifestó para este medio: “Si ellos se enferman, sencillamente se mueren”.
Lo dice con la seguridad que le confieren los más de ocho años que viene trabajando proyectos audiovisuales con comunidades indígenas del sector y, sobre todo, la amistad cercana que tuvo con Margarita Flores.
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“La única vez que un personal de salud pisó esos lugares fue en el 2017, cuando, junto a Gino, difundimos un video que mostraba cómo decenas de infantes tenían úlceras en la piel a causa de la enfermedad de Uta. Proyectamos la cinta en una conferencia en la que participaba el Ministerio de Salud y, por vergüenza pública, fue que tuvieron que enviar brigadas para frenar los contagios y atender a los niños”, explica.
Ahora, los pobladores ni siquiera pueden acceder a las atenciones de un curandero, porque la presencia de grupos evangélicos en estas zonas es tan fuerte que han logrado que ya no practiquen esta actividad, por ser considerada como “medicina del demonio”.
“¿Qué hacer cuando el Estado se olvida de nosotros? Antes teníamos a los curanderos. Ahora ya ni eso”, se lamenta Gino.