En su visita a Arequipa, Jorge Edwards, recordó que en la década del setenta del siglo anterior, hubo un riesgo de guerra con Chile. El gobierno de Juan Velasco Alvarado se propuso recuperar los territorios perdidos en el conflicto de 1879. Ante esa circunstancia difícil él y Mario Vargas Llosa, en sus respectivos países, recabaron firmas para evitar el enfrentamiento. De igual forma, lo hicieron cuando la Corte de la Haya dictó su fallo sobre la delimitación marítima que no había dejado satisfechos a ninguno de los países.
Edwards era diplomático de carrera. Abrazó la profesión, como muchos escritores, con la seguridad que no haría nada y tendría mucho tiempo para leer y escribir. Pero se equivocó. "Los diplomáticos hacemos un montón de tonterías”, dijo irónicamente una mañana de diciembre de 2015 en el Hay Festival de Arequipa, recordando las peripecias en el quehacer de la política exterior.
Mario Vargas Llosa ha definido al Edwards de esa época como tímido y educado, capaz de ir con saco y corbata al baño o conservarlos hasta en la cama. Sin embargo, esa formalidad, según MVLl, se acababa con dos whiskies de por medio. Recuerda haberlo visto encaramado en una mesa bailando una danza hindú elaboradísima. Vargas Llosa cita a Pablo Neruda para ahondar en las excentricidades de su colega chileno. El poeta y su mujer Matilde lo encontraron en una sala de fiestas de Chile, trepado en un balcón y desde ahí arengando a la concurrencia: “Basta de hipocresías, empelotémonos todos”. Abordamos al escritor chileno en aquella oportunidad para un proyecto editorial. Se hizo la entrevista aún inédita con el periodista Cristian Ticona.
Jorge Edwards junto a Mario Vargas Llosa. Foto: Difusión.
—¿Cuál es la primera imagen que se le viene a la memoria del boom de la literatura?
—Mi encuentro con Vargas Llosa en una radio de París. Corría el año 62. Aún no se conocía de boom. Mario tenía 25 o 26 años, trabajaba en las noches en Radio y Televisión Radio Francesa que producía programas para el mundo en español. Y la otra primera imagen que recuerdo es haber visto a Carlos Fuentes en Santiago cuando partía a un congreso en la Universidad Concepción. Vargas Llosa recién había publicado "Los jefes" en una edición local que yo no conocía. No sabía que era escritor.
—¿Qué recuerdos tiene de él como compinche?
—Les contaré cómo lo conocí. Llegué a París como tercer secretario de la embajada chilena en Francia. Allí había una chilena de origen polaco, amiga de mi mujer, Beatriz Peteatkowicz que se casó con Jean Supervielle, hijo del célebre poeta Jules Supervielle. Él me invita a un programa en Radio Televisión Francesa donde era director, llamado "Literatura al día". Nos daban un libro en francés y nosotros lo comentábamos en español para darlo a conocer al mundo de habla hispana. A ese programa, me dice Supervielle, va un joven peruano que lee mucho. En esa edición hubo una discusión de una novela francesa que en el fondo nos había aburrido mucho a todos. Después llegamos a un café a la esquina. Ahí el joven peruano me llamó la atención. Tenía una fuerte noción literaria, tenía una idea de la novela de caballería, la novela rusa, francesa, etc.
Nos hicimos bastante amigos, luego me enteré de que se llamaba Mario Vargas Llosa, desconocía que era escritor. Después me da el libro "Los jefes" y yo le doy un libro mío de cuentos "Gente de la ciudad". Este joven peruano, cinco años menor que yo, era muy aficionado al cine de una manera distinta a la mía. A mí gustaba mucho el cine europeo, Fresa Salvaje, algunos franceses e italianos como Federico Fellini. En cambio, a Mario le gustaba la novela de vaqueros de Estados Unidos. Intercambiábamos. Yo lo llevaba a ver una de Fellini y él me llevaba a ver una de vaqueros. Después de la película él debía correr a su trabajo, él trabaja en la radio nocturna. Luego sacó "La ciudad y los perros".
—Pero había mucha complicidad literaria con Vargas Llosa, ¿qué leían en ese entonces?
—Teníamos lecturas compartidas. Él era un gran seguidor de Flaubert y yo de unos autores ingleses y rusos. Coincidíamos en muchas lecturas.
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—Usted publicó "Persona non grata" (1973) que resume su accidentado paso en la embajada chilena en Cuba por las críticas permanentes que hacía al estilo totalitario de Fidel Castro. ¿Los primeros en leer ese libro fueron Carlos Barral y Mario Vargas Llosa?
—Yo creo que sí fueron los primeros.
—¿La desilusión con Cuba fue por el estilo totalitario que empezaba a asomar en Fidel Castro?
—Vargas Llosa y yo conocíamos Cuba. Veíamos con preocupación la censura. Nos impresionó la falta de libertad de expresión. Recuerdo haber coincidido una vez con él en La Habana, almorzamos con José Lezama Lima, un poeta de ese país, donde nos preocupó mucho la falta de libertad de expresión. Como muchos jóvenes, primero me entusiasmé con la Revolución Cubana, pero cuando llegué allá me desilusioné.
—A propósito de Jean-Paul Sartre, que fue un escritor influyente en el boom de la literatura, ¿cree usted que ha envejecido mucho?
—A mí me importa un rábano Jean-Paul Sartre. Es un tema completamente pasado de moda. No le interesa a nadie. Estuve cuatro años en Francia y usted cree que alguien se acuerda de él. Hoy se habla de Albert Camus, del surrealismo y de unos filósofos nuevos. Sartre es un anacronismo. Fidel Castro está en la plaza de la revolución con Jean-Paul Sartre. Fidel le dice: “Yo al pueblo le doy lo que me pide”. Y no le podía dar ni la comida más elemental. Sartre le pregunta: "¿Y si le pide la luna?". Fidel responde: “Les doy la luna”. Jean-Paul Sartre queda extasiado con esta respuesta que era una verdadera estupidez. Un político tiene que prometer lo que se puede cumplir y tiene que encontrar medios para hacer las cosas de manera eficaz. Él era uno de los filósofos más complicados, medio enredado de mente, era muy hedegeriano, provenía de la filosofía de alemana.
Archivo. Edwards junto con Nicanor Parra y Oscar Navarro. Foto: La República.
—Escribió una visión personal del boom de la literatura latinoamericana. A más de 40 años, ¿cree que este fenómeno es irrepetible?
—Fue un movimiento importante que marcó una etapa histórica de la literatura latinoamericana que tiene algunas características. No rechaza la descripción del mundo latinoamericano que lo hizo la literatura naturalista o criollista, pero introduce algunos elementos como la fantasía. Juan Rulfo es un gran ejemplo. Introduce un lenguaje que no es puramente informativo o descriptivo, que tiene elementos de la poesía anterior al boom. A mí me llamó la atención de los autores del boom, sus lecturas de César Vallejo, de Pablo Neruda, la poesía de Borges. Y también la lectura de corrientes narrativas de la literatura, Kafka, William Faulkner, James Joyce, etc.
—¿Para plasmar la técnica a la hora de plasmar sus historias?
—No necesariamente, eso es reducir las cosas mucho. Esos autores eran creadores de grandes mundos literarios, de atmósferas poéticas que uno quería introducir en la narrativa de la lengua latinoamericana. Por lo demás hay una coincidencia con lo que estaban haciendo los jóvenes españoles, Juan Benet, Juan García Hortelano.
—¿Pero en la literatura de lengua castellana no creo que haya un fenómeno parecido al boom?
—No… es que no he visto un grupo que tenga una tendencia coherente unida como el boom de la literatura. Ahora hay una diversidad. Unos son fantásticos, otros históricos o realistas. Mi generación tenía aspiraciones básicamente literarias. Ahora interfiere también mucho el tema de las ventas y los premios en la creación literaria. En mi generación había poetas que escribían novelas y novelistas que escribían poesías. Y había una ambición literaria fundamental que ahora la veo pervertida por la obsesión de las grandes ventas, está más comercializado todo y ese sentido ha perdido profundidad.
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—Al crecimiento del boom de la literatura latinoamericana ayuda la Revolución Cubana.
—La influencia de la Revolución Cubana en la literatura de esa época es bastante exagerada. En Cuba había grandes escritores que no eran producto de la revolución, sino que eran anteriores y que continuaban escribiendo en la época de la revolución. Uno de ellos era Lezama Lima, él era un escritor moderno que no hacía una prosa naturalista, sino de imaginación, de gran creatividad en el lenguaje. Lezama estaba en los años 40 haciendo la revista Orígenes; si usted lee hoy esa revista se queda asombrado, fue un fenómeno interesante. Mucho antes de la Revolución Cubana había una gran revista literaria en la cual los mejores escritores de la época colaboraban con textos; por ejemplo, los españoles del exilio Pedro Salinas, los norteamericanos Wallace Stevens. Algunas revistas preparan la aparición del boom, por ejemplo en Argentina se publica la revista Sur, de allí sale Borges, Pepe Vianco, Bioy Casares. En Perú hay una formidable revista Amaru que la hace Emilio Westphalen. Decir que Lezama es un escritor de la revolución es absurdo, lo que si ocurre es que Lezama en un momento en que la revolución era muy mediática apareció como un gran escritor que estaba metido ahí. Entonces lo tradujeron al francés y al inglés, se dio a conocer mucho, de igual forma Alejo Carpentier, sus primeros libros son editados en Argentina. Carpentier se convierte en un diplomático de la revolución. Así como hubo otros escritores que quedan fuera, por ejemplo Enrique Labrador Ruiz, un contemporáneo y muy amigo de Neruda, lo califican como un viejo escéptico y mañoso, la revolución no se preocupa por él por ignorancia. Yo lo fui a visitar y vivía en un caserón al borde de desplomarse y lleno de ratones.
—¿Cuál es el aporte de Vargas Llosa en la literatura universal?
—Llega Europa en los años 50 y lleva una visión del Perú, incluso del mundo selvático que él expresa de una forma muy avanzada en su tiempo, esa forma literaria viene Flaubert y de William Faulkner en un castellano diferente, el habla coloquial y popular de Perú, luego entra con un idioma culto y alcanza una síntesis. Entonces los europeos se encuentran con un mundo literario que ellos desconocen completamente y que habla de un mundo geográfico, cultural, sociológico. Los europeos comienzan a descubrir América Latina a través de lo que estaba haciendo Fidel Castro en Cuba y en la literatura de Vargas Llosa, Carpentier, Fuentes hasta cierto punto y Rulfo, no olvidemos la literatura brasilera con Gimaraes Rosa con Gran Sertao traducido a todos los idiomas y tiene una influencia en todo el pensamiento europeo.
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—Mario y usted hicieron pronunciamientos de paz cuando las relaciones entre Perú y Chile se tensaban. Antes del fallo de la Haya, hacen una invocación en julio de 2012 para que la sentencia de la Haya sirva de una reconciliación verdadera entre ambos países.
—Mario y yo conversamos del tema Perú Chile en una época que se decía que Perú haría una guerra contra Chile, en el centenario de la Guerra del Pacífico. En la década del 70 del siglo pasado. Juan Velasco Alvarado era su presidente. Nosotros hicimos una declaración chilena y peruana. Yo encabecé el lado chileno y recogí firmas en mi país y él recogió firmas en Perú para evitar la guerra. Luego en el juicio ese de la Haya se hizo un llamado para respetar el fallo de la Haya y que este no siembre cizaña y enemistad.
—¿Los escritores, en ese sentido, están más despojados de los nacionalismos?
—El nacionalismo es una forma de enfermedad pero es una enfermedad difícil de suprimir, piense en el tema de Cataluña, España: si hay una separación pierde España y pierde Cataluña.