César Caro
Entre 1995 y 1996 dos libros alborotaron las esferas laborales y económicas: “El fin del trabajo” del economista estadounidense Jeremy Rifkin, en el que entre diversas aserciones e interrogantes plantea que la completa sustitución de los trabajadores por máquinas deberá llevar a cada nación a replantearse el papel de los seres humanos en los procesos y en el entorno social, mientras que la escritora francesa Viviane Forrester en el “El horror económico”, subraya que el trabajo del hombre ya no es fuente de riqueza y por lo tanto las tasas de desocupados, de precariedad laboral y de subempleo, irán aumentando en todos los países tanto en los llamados desarrollados, como en los denominados eufóricamente en vías de desarrollo. Ambos en el momento se convirtieron en éxitos o “boom” editorial, tras lo cual cayeron o los hicieron caer en el silencio total.
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Pero hoy, como escribí en un artículo anterior, el coronavirus está rompiendo intereses, esquemas y prejuicios, cuyos reemplazos espero favorezcan en esta ocasión prioritariamente a la comunidad antes que a las grandes empresas, las cuales me temo buscarán reemplazar al máximo a gran parte de sus trabajadores por tecnología de punta, que les permite incrementar su productividad.
Al respecto cabe indicar que cierta empresa minera continúa produciendo casi al mismo nivel con menos del 60% de sus trabajadores habituales. La robotización ha infringido la teoría del valor de Karl Marx, que sostiene que el valor de una mercancía depende del trabajo y el tiempo socialmente necesario para producirlas, pero quizás le da la razón en cuanto que “el capitalismo lleva en sí el germen de su propia destrucción por su insaciable sed de plusvalía y de ganancia”, que lo lleva a sustituir a seres humanos por procesos robotizados, sin tener en cuenta que los últimos no consumen o compran, por lo que tarde o temprano los mercados entraran en crisis por falta de demanda, a no ser que en el nuevo mundo que el coronavirus está ayudando a crear, tenga vigencia las ideas de Rifkin, que habla de un “taburete” de tres patas conformado por el sector privado, el sector estatal y la economía social, destacando que se deberían crear millones de nuevos puestos de trabajo en el tercer sector, donde se utilizaría la capacidad de trabajo y el talento de los hombres y mujeres que ya no resultan necesarios en los servicios y en los puestos públicos para crear un capital social en los barrios y las comunidades. Que ello cuesta… ¡no hay lugar a dudas!, pero eh aquí que aparece el concepto de hacer realidad la denominada Renta Básica Universal, algo que trataremos el próximo lunes, coronavirus mediante.