Por: Patricia Montero
Hace unos días le contaba a un amigo la tragedia ocurrida en El Agustino donde un feminicida asesinó a su esposa e hijos. Omití los juicios de valor, pues sucede que este amigo –a quien quiero y respeto– no cree que sea el machismo la causa de estos mortales ataques, lo que nos ha llevado a largas y duras conversaciones.
“Esto es lo que justifica que a los hombres, que están muy lejos de eso, los crucifiquen. Por enfermos como esos”, dijo.
Yo: No son enfermos, son machistas, esto es violencia machista llevada al extremo. Él: Patty, son enfermos mentales exacerbados por una sociedad podrida por la violencia de todo tipo.
Yo: Sabía perfectamente lo que hacía. Es un criminal motivado por su machismo. Él: No entiendes, ¿tú crees que el machismo lo motiva a matar a su familia? Creo que es algo aún más profundo que ser machista.
Yo: El machismo es la base de su odio. La castiga a ella y a los hijos porque los ve como una extensión de ella. Él: No tiene que ver con el machismo, tiene que ver con un pasado violento. ¡Matar a sus hijos no es machismo, por favor! Mata porque es una bestia que no tiene límites éticos ni morales.
Finalmente dijo: “Enfermo antes que machista, aunque sin duda lo es también”.
Mi amigo no es, ni por asomo, un maltratador. Es una buena persona a quien, como a muchos de nosotros, le cuesta reconocerse rasgos machistas. ¿Qué hacemos? Educarnos y educar con empatía y paciencia, pero sin esos aires de superioridad moral en el que a veces caemos y que, les aseguro, no suman.