¿Qué le parece el silencio del Ejecutivo al no observar, por ejemplo, la autógrafa que limita la aplicación del delito de lesa humanidad y genera impunidad? ¿Acaso refleja el nivel de los cambios, sin norte alguno, que hacen a la Constitución?
El Gobierno ha profundizado la tendencia del silencio presidencial frente a las leyes aprobadas en el Congreso. Se han disparado las normas que motivan ese silencio. También es cierto que se ha incrementado el número de leyes aprobadas por insistencia, que no requieren la promulgación del presidente. Es decir, el diálogo entre los dos poderes, en el aspecto legislativo, se ha diluido. Y lo que existe en todo caso es solo la voz del Congreso que aprueba las leyes que considera, sin el control del Ejecutivo. Es otra forma de ruptura del equilibrio de los poderes.
Hubo varios paquetazos legislativos, en ellos ¿cuál sería el cambio más perjudicial?
El cambio más peligroso es el de la bicameralidad, porque establece un modelo que contradice la experiencia histórica peruana, donde las dos cámaras interactúan y se controlan y se complementan. En este modelo aprobado, eso no sucede. Por ejemplo, los senadores no tienen iniciativa legislativa, iniciativa de reforma constitucional, sólo se limitan a aprobar leyes que aprueba la Cámara de Diputados. Es decir, es un senado revisor debilitado... Los reglamentos de ambas Cámaras podrían paliar el error de este bicameralismo bastante incompleto.
Pero los cambios en este Congreso no se detendrán.
Sí, la Constituyente a plazos que se ha instalado el 2021 no ha concluido. Está en el tintero la aprobación de normas que podrían implicar la sujeción del sistema electoral; la eliminación de la Junta Nacional de Justicia y que vuelva a depender la elección de jueces y fiscales, de manera indirecta, del Congreso, que había sido superado desde la Constitución de 1979. Y finalmente aparece en el horizonte otras normas vinculadas a tratados, a disminución de derechos… Incluso no descartaría la reinstalación de la pena de muerte para nuevos delitos, en sintonía con la lógica populista.
¿El Perú dejó de ser presidencialista? ¿Ya es un régimen parlamentarista de facto?
Nuestro presidencialismo era moderado, probablemente el más moderado de América Latina. Teníamos un presidencialismo que hacía pasar por el Congreso sus gabinetes solicitando el voto de confianza. En la reforma aprobada los gabinetes van al Congreso y no solicitan votos de confianza para entrar en funciones... En estas reformas del año 2021 en materia de cuestión de confianza, de promulgación de leyes, de declaratoria del estado de emergencia, se ha restringido sustantivamente el poder del presidente de la República.
Dice en el libro que no hay pacto social. Y añade: “sin pacto social la Constitución no existe”, entonces ¿cómo se puede calificar lo que nos gobierna?
Efectivamente, si la Constitución ya no une quiere decir que el pacto constitucional no existe y en la perspectiva, por lo menos ontológica, es decir, valórica, estamos hablando de una Constitución que no es Constitución. Yo diría que el libro está ahí, los 206 artículos, más los incluidos. Pero si el Perú carece de pacto social, si la Constitución no une y el libro termina siendo un texto simbólico, profusamente reformado, es evidente que estamos en un momento de enorme tránsito. Y este tránsito diría que es, por ahora, a un parlamentarismo de facto, levantisco, anti presidencialista…
¿Estamos en piloto automático en materia política e institucional? ¿Manda el populismo y la radicalidad?
Sí, estamos en piloto automático, en el sentido que los cambios se generan sin deliberación, sin resistencia, y en términos institucionales el Estado ha sido tomado. Hoy, existe la demanda democrática, pero también hay una demanda populista que crece y la radicalización de las opciones políticas. Los cambios en el texto constitucional motivan una pseudoapertura política, con más de 30 partidos que participarán en el proceso electoral, muchos de los cuales no hacen eco del hecho de que el Estado ha sido tomado y prefieren cerrar los ojos ante el declive democrático que se reemplaza por una oferta populista que crece. Hay una condena a la prédica de Antauro Humala, pero muchos partidos están de acuerdo con parte importante de lo que propone en términos políticos e institucionales. El populismo es hoy ese pequeño Antauro Humala que llevamos dentro, y algunos lo llevan más grande que otros.
¿Está en crisis el sistema democrático o está en crisis la Constitución del 93?
Si es que las elecciones de 2026 fueran un desafío para la renovación de la democracia, diría que esta crisis es todavía pequeña, no es profunda. Pero si tenemos enfrente a un Estado tomado, una Constitución modificada sin deliberación y si tenemos poderes oscuros como, por ejemplo, la economía ilegal que se cierne sobre el control de ciertas instituciones, la palabra crisis ya queda corta. Y lo que está en discusión ya no es la renovación de la democracia, sino más bien su recuperación. Es decir, estamos en otro momento y me preocupa porque el grueso de los actores políticos está yendo al proceso electoral con bastante alegría, como si fueran al primer día de clases, cuando en realidad la situación es mucho más demandante en términos de recuperación de las reglas básicas que han sido rotas.
Con los cambios ¿Diría que hay una nueva Constitución?
Es interesante este debate ¿Cuánto de la fisonomía del texto del 93 cambió? Mucho. Sí, estaríamos ante un texto nuevo ¿Por qué? Porque hay bicameralidad. Porque se ha roto el equilibrio. Porque se está arrinconando al presidencialismo. Porque se está incrementando el parlamentarismo. Porque estamos caminando a la captura total del Estado. Esta es una Constituyente, por tanto, de facto.
¿Cree que sigue vigente el pedido de una Constituyente, de parte de la izquierda?
No creo que la salida a esta desfiguración constitucional sea una Constituyente. Ya se acabó el constituyentismo en América Latina con la experiencia reciente chilena. No creo que la disyuntiva sea Constituyente o no, sino cómo recuperar democracia y las instituciones.