No sé ustedes, pero desde que el papa Francisco le aceptó la renuncia al cardenal Juan Luis Cipriani (hace casi un año) se siente como que hay más oxígeno en el aire, o, si prefieren, un clima menos tóxico. Porque a ver. A Cipriani nos lo veníamos bancando todos los peruanos, particularmente los limeños, desde enero de 1999 como arzobispo. Y como “príncipe de la iglesia”, y primer cardenal histórico del Opus Dei y el cuarto del Perú, desde enero del 2001.
Sus opiniones chirriantes y machaconas y achoradas y facciosas y cavernarias y soberbias y prepotentes y macartistas, las cuales se amplificaban desde su espacio en RPP, eran insufribles. Hoy, para quienes lo extrañan, tienen que buscarlo en YouTube, donde continúa perorando sus conservadoras arengas contra la legalización del aborto, la “ideología de género”, los medios de comunicación, las encuestas, los matrimonios gay. Porque a Cipriani, recordarán, lo sacaron hace rato de la importante radioemisora, a pesar de sus berrinches por tratar de entornillarse. “Soy el único cardenal en el mundo que tiene un programa de radio”, se jactó en una ocasión.
Su beligerante estilo, más político que religioso, procuraba influir en las decisiones de Estado, en la implementación de políticas públicas basadas en su credo inflexible, intolerante y sin matices. Y mientras que duró su rol de poder fáctico y parlanchín, apoyó al fujimorismo, lapidó a prestigiosos clérigos como Gustavo Gutiérrez, Eduardo Arens y Gastón Garatea. Pretendió tomar el control de la Universidad Católica. Fue indolente en tópicos como el de los derechos humanos. Se ufanaba de no haber leído ni un libro de Mario Vargas Llosa porque no compartía sus valores, o algo así sostuvo en otro momento. Atacó la iniciativa de crear un Lugar de la Memoria. “No es cristiano un museo de la memoria”, adujo el impertinente y usualmente desubicado purpurado.
Como evoca el periodista Luis Jaime Cisneros en una publicación del IEP, Cipriani usó asimismo su plataforma radial para exigir la destitución del ministro de Salud Óscar Ugarte, por haber autorizado la distribución de la “píldora del día siguiente”. “Yo no sé qué espera el presidente Alan García para mandar al ministro a su casa”. Y esgrimió que la pastilla en cuestión era abortiva sin ninguna base científica. (Continuará).