Se advierte en ciertos análisis relajación sobre los sucesos en la región; algunas de estas reflexiones vienen cargadas de indolencia respecto a sus efectos en el Perú, un “no es con nosotros” o “estamos bien” que absolutizan las diferencias entre nuestra transición y las que operan en Chile, Bolivia y Ecuador.
Esos sucesos son más nuestros de lo que parecen, tanto porque son avisos colgados en nuestra puerta, sea porque ya presentan efectos en el Perú, o porque significan una tendencia inevitable de las agendas nacionales en esta parte del mundo.
La imagen del Perú como un país sosegado cercado por un continente en llamas es engañosa. No me refiero al doble discurso que respalda las marchas en otros países y las condenan aquí, sino a la falta de convicción para reconocer esas movilizaciones como democráticas, y como una forma de participación de la sociedad, o de una parte de ella, en la deliberación publica, que nos atañe.
Ese razonamiento estima imposible que las llamas del incendio, sobre todo el chileno, pasen nuestras fronteras, y exhibe tesis que, siendo sugerentes, incumplen la antigua recomendación del profesor Sartori sobre la relación entre la teoría y la práctica, en el sentido de que no debe hacerse algo absoluto de toda imposibilidad, porque de que ocurra −la imposibilidad relativa− depende de los medios y del tiempo.
Quizás deberíamos aceptar que la movilización democrática en los países andinos es ya una normalidad, o la proyección de esta, por medios nuevos y en un tiempo distinto. En Chile desde hace casi una década se registra una movilización intensa par reformar la educación, la salud y las pensiones y formular una nueva Constitución.
Lo nuevo en Chile no es la “crisis” con la que se pretende rotular una transición compleja, dándole un carácter episódico. El primer dato de la realidad no son los saqueos (y esa generalización de la violencia como acción “lumpen”); lo nuevo es la aceptación del cambio por los sectores conservadores, la transformación de la imposibilidad relativa en realidad.
La discusión sobre el “contagio” de las protestas al Perú es desafiante. Un medio peruano fue muy claro en señalar que la “agitación” en Chile había empezado a “infectar” a A. Latina. A pesar de que ambas palabras fueron usadas sin comillas, valen para registrar sus primeros efectos, por lo menos dos.
Algunas barreras peruanas se han debilitado solo por las cenizas que traen el aire del sur. La más significativa es la que vetaba la discusión de una nueva Constitución por el riesgo del cambio del modelo económico, en tanto habría que revisar cuánto de los ajustes hacia arriba del presupuesto para políticas sociales tienen relación con la primavera andina.
Es bueno saber que esta tendencia, concurrente con el humor ciudadano luego del cierre del Congreso, impulsa la centralidad de la cuestión social en el Perú. Asumirlo es muy beneficioso para un país que hasta ahora experimenta una transición pacífica y pasiva, ayudada por factores estructurales, como la necesidad de avanzar sobre lo logrado, la juventud de nuestras clases medias y la fortaleza de un sistema que ya ha recibido varios remezones. No vale ni confiarse ni subestimar a la sociedad. Lo que no pasa hoy, puede pasar mañana.