La lucha -hasta el momento exitosa- contra la corrupción ha sido, está siendo, un factor crítico en el ánimo de las mayorías en el Perú. Así como en Chile la desigualdad ha desatado un estallido de hartazgo, en nuestro país el comportamiento depredador de unas élites políticas y económicas, ha llevado al desenlace actual. Sin la desmesura del fujiaprismo acaso esto no habría ocurrido. Pero enloquecieron. De la inmunidad pasaron a la impunidad y de esta a la omnipotencia y al narcisismo perverso.
Esta obnubilación es usual entre los poderosos. La adulación de quienes los rodean, la fascinación que produce el detentar un poder vicario, hace que proyecten sus aspectos infantiles en esos poderosos que terminan por creerse intocables. Solo así se explica la arrogancia de personajes como Bartra o Becerril, Castañeda o García. De esa desconexión con la realidad nació su perdición. No advirtieron que se estaba incubando un sentimiento de repudio generalizado contra sus abusos a nuestras expensas.
Vizcarra supo interpretar ese espíritu y se atrevió a llevarlo hasta sus últimas consecuencias. Mejor aún, lo hizo respetando la Constitución. Por eso la monserga de que es un dictador no la cree nadie. El recuerdo de lo que es y hace un dictador está demasiado fresco y, además, el susodicho está preso. ¿Acaso alguien puede citar una medida dictatorial desde que se disolvió legalmente el Congreso?
Hace poco leí un libro publicado por Estruendomudo: El Cerebro Corrupto, de Eduardo Herrera Velarde. Es una confesión en regla. La de un corruptor arrepentido. Dice: “No soy más un corruptor, pero antes fui el mejor. Tuve todo el dinero que un chico de barrio clasemediero jamás habría podido imaginar y, durante un largo tiempo, en medio de excesos y a un ritmo cada vez más frenético, me dediqué a despilfarrarlo sin éxito”. Y más adelante: “Me divertía jugar con todos esos elementos de la miseria humana: dinero, miedo, ambición. A veces me sentía Dios teniendo el destino de tantas personas en mis manos. Era desafiante y, obviamente, excitante.”
En donde la frase clave es “a veces me sentía Dios”. Ahí radica la esencia de la negación. Por eso discrepo de quienes afirman que Vizcarra “solo” está luchando contra la corrupción. Es una tarea fundamental para la construcción de un nuevo pacto social. Ojalá no dejemos pasar está inesperada oportunidad.