La expectativa creada en torno a la reunión entre Pedro Olaechea y Martín Vizcarra tiene todos los tintes de la manipulación política y mediática, por eso vemos a toda la casta –con los huevos de corbata después de “Tía María no va”– anhelante y dispuesta a colgarse de lo peor del ultraconservadurismo para sentar al presidente y hacerlo acatar lo que favorece sus intereses.
¿A quién se le ocurre que un perfil como Olaechea podría encarnar el diálogo, el consenso o devolver credibilidad a ese Kongreso que la población con mucha sensatez repudia? ¿Importa algo la agenda que Olaechea quiera imponerle al ejecutivo? Hay que ser muy cínico para comprarle al fujimorismo su nuevo y burdo intento de perpetuarse con el señor de CMHNTM, después de las tropelías que han cometido, torpedeando las reformas políticas, blindando a los corruptos, haciéndonos retroceder en derechos. A los que ven con ilusión la encerrona fujiolaecheista de la semana que viene y que la ofrecen como una cita histórica (¿?), se les ve el plumero.
Están a punto de llamar a Vizcarra el nuevo Maduro peruano, a un presidente de derecha liberal más que probado. Pero así son los radicales del billete y de la cruz. Y si el propio presidente tiene aún que responder sobre corrupción, ¿no dijo ya este que se van todos, también él? El adelanto de elecciones es la única salida a este escenario de bloqueo, tóxico e ingobernable, en el que a todos se les está quemando el rabo de paja. Pero quienes siguen hablando de inconstitucionalidad son los irresponsables que ahora mismo apuntalan a un Olaechea –y sus reuniones tan decisivas– porque es sin duda mejor negocio. Nunca para las comunidades indígenas, para los trabajadores, para la comunidad LGTBQi y tantos que no son una entelequia, ni una abstracción, sino gente que quiere a esta gente fuera del poder ya.