“Su praxis es hoy la de organizaciones conservadoras y mercantilistas, cuyo objetivo es obstruir toda acción de gobierno, más aún toda acción de investigación real de la corrupción”.,El congresista aprista Javier Velásquez Quesquén declaró en RPP que la “alianza estratégica” del Apra con Fuerza Popular había concluido luego de compartir por dos años la conducción del Congreso a través de la mesa directiva. Quiso acotar sus declaraciones a los efectos administrativos del manejo parlamentario. Sus compañeros salieron a negar la existencia de todo pacto. Los voceros de Fuerza Popular hicieron lo mismo. Sin embargo, fue tarde para desandar lo andado. Por primera vez, un importante líder aprista hizo público reconocimiento de una alianza tan real como negada. Las cifras no tardaron en salir. Fuerza Popular y el Apra, en este periodo parlamentario, han votado juntos 782 veces de 867 votaciones, según el grupo de investigación 50 + 1. El “pacto de facto”, sin embargo, se remonta al año 2006, cuando Alan García llegó al poder sin mayoría parlamentaria y Alberto Fujimori afrontaba el proceso de extradición en Chile. Se encontraron el hambre y la necesidad. García necesitaba los votos y Fujimori facilidades para dilatar sus procesos y, a la larga, conseguir un indulto presidencial. García no otorgó el indulto esperado (lo gestionó sin éxito con Humala recién electo), pero sí le dio a Fujimori las comodidades de una cárcel unipersonal donde podía vivir holgadamente. Se le retribuyó en votos con generosidad. El pacto continuó durante el quinquenio de Humala. ¿Las razones? Difícil saberlo. La bancada aprista, reducida a 4 parlamentarios, no le aportaba nada en número al fujimorismo que pasaba la treintena. Alan García le había fallado a Alberto Fujimori y hubiera sido un buen momento para marcar distancia. Pero, el Apra necesitaba aliados para entorpecer las investigaciones contra García y se esmeró en construir esos puentes. El romance se consolidó. Fujimorismo y aprismo se aliaron para ser la oposición que sepultó con éxito a Humala. En este punto vale la pena preguntarse, ¿qué tienen en común estas fuerzas políticas? ¿Qué causas los unen? ¿Qué plataforma, ideario o al menos plan mínino los convoca? Muy difícil saberlo. Más allá de los discursos o de los textos fundacionales, su praxis es hoy la de organizaciones conservadoras y mercantilistas, cuyo objetivo es obstruir toda acción de gobierno, más aún, toda acción de investigación real de la corrupción en el Perú. Esto no es, pues, el amor imposible de Romeo y Julieta. Esto es Tatán y La Rayo. ¿Quién ha ganado más y perdido más en esta década de amor incondicional? El Apra no ha puesto los votos, pero sí el liderazgo. ¿Y adónde ha conducido? Al repudio popular. Porque si la minibancada aprista fue locomotora de iniciativas atroces había que evaluar a dónde los condujeron. Por poner un ejemplo, Mauricio Mulder logró que dos iniciativas que él personalmente promovió (recortar la facultad presidencial para hacer cuestión de confianza reduciéndola a la nada y prohibir publicidad estatal en medios de comunicación) fueran declaradas inconstitucionales el mismo año. Solo un pésimo congresista logra ese récord. El fujimorismo ha cargado con este muerto por no tener agenda propia, por llevarse de una venganza irracional y carecer de todo liderazgo, entregándolo a sus aliados. Hoy, la alianza solo podrá terminar si es que Keiko Fujimori ejerce un liderazgo serio y evalúa a dónde la ha llevado y la llevará la continuidad de este pacto. Las revelaciones de Barata pueden ponerla a ella y a García en la cárcel, pero ella jamás gobernó. A diferencia de García, un caso de lavado de activos por donaciones de campaña es mucho menos sólido que un cohecho o colusión en obras públicas como el Metro de Lima. ¿Va a seguir cargando con García después de que se conozcan las revelaciones de Odebrecht? ¿Puede este amor ser tan desesperado? “Por no hacer mudanza en su costumbre”, sospecho que el pacto de facto continuará. La torpeza de Keiko Fujimori parece no tener límites y la habilidad de Alan García para seducirla con falsas promesas de amor, tampoco. Al final, como en esos matrimonios mal avenidos, que tercamente siguen juntos, la sentencia popular dice: “son tal para cual”. Que vivan felices comiendo perdices.