Conocí a Tulio en el duro camino del periodismo, en 1987, cuando él era Jefe de Redacción de la Revista Sí, dirigida por César Hildebrandt, y yo una simple joven poeta aprendiendo a ganarme la vida.,Mitología fue su primer libro publicado en 1977: recuerdo la carátula, una serpiente larga y gorda de color azul. Leí el libro en los 80, con el estupor de alguien que descubre algo que no conocía hasta ese entonces: la polifonía de voces de un poema-río largo y ancho como el Mantaro de su niñez. Tulio Mora, nacido en Huancayo y muerto en Lima la madrugada del domingo, es uno de los poetas más ambiciosos del Perú. Como buen hijo de la migración, estudiante sanmarquino en los 70, se arrejuntó con otros poetas como Jorge Pimentel, Eloy Jáuregui, Enrique Verástegui, Juan Ramírez Ruiz, entre otros, para formar ese grupo iconoclasta que partió en dos a la poesía peruana: antes y después de HZ, es decir, Hora Zero. Con sus pronunciamientos y desafíos públicos, Hora Zero, incorporó la calle a la poesía con gran desparpajo (metáforas urbanas, números de teléfono reales, coprolalia) y se atrevió al parricidio público al desafiar a Antonio Cisneros “a un duelo poético en el Estadio Nacional”. Mora, de alguna manera, se convirtió en el teórico del grupo al publicar posteriormente el libro Hora Zero: los broches mayores del sonido, con documentos, pronunciamientos, desafíos, cartas y sobre todo poemas que, en su conjunto, resumen la propuesta del grupo: la creación proteica desde jornadas en conjunto y la formación de una identidad poética híbrida, desgarrada y marginal. En 1986 Tulio Mora publicó lo que sería su libro más impactante, Cementerio General, como él mismo lo explica en un video de RTV Perú, es un coro de voces de personajes muertos que nos hablan a nosotros los vivos sobre sus historias, algunas de ellas anónimas, y su importancia en la historia del Perú. El libro surgió después de la matanza de los penales en 1986, como dice el propio Tulio, “y trae seguramente ese aliento un poco decepcionado, un poco desilusionado, de cómo los peruanos nos enfrentábamos tan desgarradoramente, y cómo había que explicar estos desgarramientos desde los orígenes mismos”. A la manera de la Antología de Spoon River, de Edgar Lee Masters, Tulio Mora va nombrando personajes que hablan desde la muerte, pero a diferencia del poeta norteamericano, con un tono mucho más dramático, verdaderamente tanático y al mismo tiempo épico. Así escuchamos a Túpac Amaru, pero también, a Mosca Loca o a Florencio Aliaga, “mártir obrero del Perú”. No solo hay héroes, sino también anónimos que han hecho de nuestro país lo que es. Tulio tenía la intención de completar cien poemas para el 2021 pero la muerte, ese vicio absurdo, lo encontró en pleno fragor de su ambicioso proyecto. Conocí a Tulio en el duro camino del periodismo, en 1987, cuando él era Jefe de Redacción de la Revista Sí, dirigida por César Hildebrandt, y yo una simple joven poeta aprendiendo a ganarme la vida. He discrepado con él innumerables veces, porque somos de izquierda y porque a Tulio le gustaba polemizar, pero siempre con respeto. Los últimos años dirigíamos nuestros floretes en el mundo del Facebook y, después de duras contiendas, dejábamos el hierro a un lado para regresar sobre la pluma que nos unía más de lo que nos separaba la política. Extrañaré esas peleas. Hace pocos años, Tulio, que era una persona hiper-racional, cometió el acto de amor más hermoso, poeta al fin, y se casó con mi querida amiga la poeta Tatiana Berger después de años de relación. Los dos supieron cuidar la poesía y el amor.