El congresista Miki Torres, cuyo estudio –al que dice ya no pertenecer, treta que es tan vieja que ya no se la cree nadie- patrocina alrededor de 16 empresas operadoras de casinos y tragamonedas, ha promovido la derogación del impuesto selectivo al consumo (ISC) para estas empresas.,Una de las razones por las que el actual Congreso se encuentra tan desacreditado es su invicta propensión a tomar iniciativas antisociales. Es, como insiste Augusto Álvarez Rodrich, un antro mediocre y corrupto. Pero también es un lugar que actúa, una y otra vez, en contra de la sociedad. Por eso es seguro que el referéndum se los va a enrostrar. Sin embargo, quisiera aprovechar una de sus recientes barrabasadas para resaltar un problema de salud pública que estaba pasando desapercibido: la ludopatía. El congresista Miki Torres, cuyo estudio –al que dice ya no pertenecer, treta que es tan vieja que ya no se la cree nadie- patrocina alrededor de 16 empresas operadoras de casinos y tragamonedas, ha promovido la derogación del impuesto selectivo al consumo (ISC) para estas empresas. Sin proponérselo, la indignación causada por la propuesta ha enfocado los reflectores sobre una situación que se había normalizado: la proliferación de casinos en las ciudades del país. Un informe del suplemento Domingo de La República explica que, en 1979, el Gobierno de facto de Morales Bermúdez autorizó el funcionamiento de casinos en el Perú. La idea era atraer el turismo en una suerte de Las Vegas limeña. Lo único que atrajo fueron ludópatas peruanos. Según el Instituto Nacional de Salud Mental, el 5% de limeños sufre de ludopatía. Y la cifra tiende a aumentar un 33% anual. Hagan sus números y verán que la cifra es aterradora. La ludopatía es una adicción tan imperiosa que puede llevar a sus víctimas a destruirse y, de paso, corroer sus vínculos íntimos hasta extinguirlos. He visto personas que no pagaban sus deudas, pensiones escolares de sus hijos, reventaban sus tarjetas de crédito, se pasaban diez, once, doce horas al día encerradas en esas casas de juego. Si alguna vez han entrado a una, verán que no hay ventanas, la iluminación impide saber qué hora es y se suministra comida y licor gratis para que los jugadores pierdan noción del tiempo. Y esto es lo que sucede. Por eso en la mayoría de capitales civilizadas del mundo no hay casinos o estos se encuentran fuera de la ciudad. Pero en el Perú hay 754. Es tiempo de que nos preguntemos si debemos seguir permitiendo que esta plaga prolifere sin control. Los daños –y costos- que produce son cuantiosos. Sin embargo, un sistema mafioso ha logrado que se les siga autorizando, un Gobierno tras otro. En Lima existen organizaciones privadas dedicadas a sacar a las víctimas de la ludopatía de esa adicción devastadora. Se toman medidas tan extremas como confiscarles sus cuentas bancarias, no permitirles acceso a sus pertenencias de valor, estar acompañadas día y noche. Obviamente, solo personas con medios económicos considerables pueden recurrir a estas organizaciones especializadas. Lo cual significa que se está abandonando a la mayoría, exponiéndolos al riesgo de caer en ese abismo de donde es muy difícil salir sin ayuda especializada, incluyendo medicación y tratamiento psicoterapéutico que muy pocos pueden pagar.