Con sus acciones Vizcarra ha terminado ganándose la oposición hasta de dirigentes del que formalmente es su partido político.,Entre julio y octubre Keiko Fujimori pasó desde la cúspide de poder hasta la cárcel. Toda una parábola, con múltiples enseñanzas. Fuerza Popular, hasta ayer el más importante partido político del país, pasó a convertirse en una sombra de sí mismo; una organización personalista descabezada que es incapaz de definir el rumbo y termina de comparsa de su socio menor, el Apra, que hoy ejerce de Comité Directivo del partido fujimorista, con Mauricio Mulder ocupando el lugar de Keiko Fujimori en la dirección. Todo en medio de una profunda crisis de credibilidad y amenazas de múltiples fuerzas centrífugas, que tironean en diferentes direcciones. El 28 de julio del 2018 Keiko Fujimori estaba en el cénit de su poder. Acababa de obligar a renunciar a PPK a la presidencia de la República, había aplastado la disidencia encabezada por su hermano Kenji en el Congreso y lo había expulsado de Fuerza Popular y del Parlamento (“Keiko, allí tienes mi cabeza” dijo Kenji). Había impuesto en el Congreso una mesa directiva 100% fujimorista y había, finalmente, negociado, a través de César Villanueva, la transferencia del poder al primer vicepresidente, Martín Vizcarra. En adelante ella gobernaría por interpósita persona, a través de un presidente de fachada que le debía el cargo y que en lo sucesivo debería pedirle permiso para tomar cualquier decisión importante, como le explicó a Martín Vizcarra en la segunda reunión confidencial que sostuvieron, según ha revelado él mismo. Los primeros meses de Martín Vizcarra en el poder hicieron creer que se había resignado a ese triste papel. Vizcarra parecía preocupado por sobre todas las cosas en no incomodar al fujimorismo y sus aliados. En un ambiente galvanizado por la campaña #niunamenos, por violaciones y feminicidios y por las denuncias de una violencia atroz contra las mujeres optó por alinearse con el fujimorismo y los grupos religiosos fundamentalistas evitando hablar de “género” (banalizando la cuestión como una “cuestión de palabras”), cedió en el tema del enfoque de género en los programas educativos y en los hechos les dejó la cancha libre para imponer su programa misógino y machista. Su apoyo inicial iba evaporándose rápidamente. De allí que el discurso presidencial del 28 de julio no despertara mayor interés. Por eso el radical viraje en su mensaje de Fiestas Patrias, marcando un profundo distanciamiento con el principal partido de oposición, fue sorpresivo. Al plantear una propuesta de reforma jurídica y política que afectaba profundamente a apristas y fujimoristas, Vizcarra reorganizó completamente el tablero. Su siguiente paso fue enfrentar el boicot aprofujimorista al referéndum que había propuesto, planteando una cuestión de confianza que constituía el mayor desafío lanzado al partido mayoritario del Parlamento, poniéndolo en el disparadero de otorgar la confianza demandada o afrontar el cierre del Congreso. La cara de desconcierto de los voceros apristas y fujimoristas, que estaban en entrevistas televisivas cuando se dio la noticia, puso en evidencia que no se lo esperaban, y creían que Vizcarra no se atrevería a desafiarlos. Con sus acciones Vizcarra ha terminado ganándose la oposición hasta de dirigentes del que formalmente es su partido político. Es patético ver a Carlos Bruce y a otros pepekausas intentando desesperadamente que no se apruebe la no reelección de los parlamentarios, y más aún ver a su vicepresidenta, Mercedes Aráoz, votando junto con el Apra y el fujimorismo para impedir que se incorpore a Alan García y a Keiko Fujimori en el informe final de la Comisión Lava Jato. El saldo es una acumulación de renuncias que va pulverizando una bancada ya de por sí pequeña. Según las encuestas, Vizcarra estaba en una caída cada vez más acelerada entre abril y julio, lo que llevaba a preguntarse si lograría terminar su mandato. Pero logró estabilizar su posición con el discurso del 28 de julio y en adelante recibió un creciente respaldo popular que ha terminado convirtiéndolo en el político con mayor poder del país, al mismo tiempo que Keiko y el fujimorismo enfrentan un derrumbe catastrófico que tiene como paradero final la insignificancia política. En el camino han sumido al Parlamento en el más profundo desprestigio: 93% de desaprobación y 5% de respaldo. Tenemos por delante varios conflictos en busca de resolución. El principal se plantea entre la hoy evidente insignificancia social del Apra y el fujimorismo y el inflado poder político formal que exhiben en el Parlamento, al que intentan convertir en un bastión desde donde detener la rueda de la historia. Esa es la motivación de las tinterilladas de Mulder y de las imaginativas maniobras que realizan para encubrir a sus líderes. La resolución real del conflicto pasa por la movilización popular.