La cosa se presta, además, a un racismo disfrazado, pero con resonancias también locales.,En su primera semana el programa económico de Nicolás Maduro ya da claras señales de fracaso, léase empeoramiento de la vida diaria. Esto dará nuevo impulso al éxodo del pueblo venezolano, con cada vez más organismos internacionales y gobiernos calificando al régimen de Caracas como peligro estratégico para la región. Una nota de El país desde Bogotá pinta una perspectiva inquietante: gobiernos superados, colapso de servicios públicos y xenofobia en alza. Como si al desangrar Venezuela, Maduro hubiera lanzado una suerte de bomba demográfica sobre los países de la zona andina. Hasta aquí el dictador no tiene interés, y probablemente tampoco posibilidad, de cerrar sus fronteras. En una reciente declaración, Maduro se ha dedicado a insultar a los protagonistas de la fuga masiva, indicio de que tiene una visión muy particular de lo que viene sucediendo. Como si ellos fueran enemigos derrotados por las estudiadas maniobras políticas del chavismo. Quizás también los ve como una válvula de escape al creciente descontento popular. La Organización Internacional para la Migración (IOM) de la ONU ha hecho un llamado a aportar recursos masivos para enfrentar el nuevo problema. La necesidad del momento es doble: aliviar la situación de los migrantes y también reforzar los recursos de los países anfitriones, muy inferiores a los de los europeos que hoy soportan parecido influjo. En esto hay los elementos inmediatos de una emergencia, y a la vez los efectos políticos de más largo plazo. Con gran facilidad la xenofobia tiene capacidad de convertirse en la tabla de salvación de una extrema derecha hasta ahora sin ideas atractivas para el gran público. La cosa se presta, además, a un racismo disfrazado, pero con resonancias también locales. Para muchos analistas el éxodo marca el fin de las posibilidades de una oposición democrática al régimen de Maduro, y abre la perspectiva de que el gulag de baja intensidad que este administra se prolongue indefinidamente, vaciando el país de población y de actividad política independiente. Y por supuesto activamente enfrentado a las democracias circundantes. No todos los países están soportando los primeros impactos del éxodo con la misma intensidad, pero todos harían bien en trabajar opciones conjuntas, sobre el terreno y en la política.