Sea como fuere, conviene recordar estas reflexiones ya clásicas. Que no por antiguas dejan de ser vigentes.,Repugna y escandaliza la corrupción que ha tomado al Estado peruano desde dentro. Pero pocos reparan en que, más allá del hecho en sus causas y efectos inmediatos, el tema toca la misma esencia del Estado o, si se prefiere, del poder político. Toca, para decirlo crudamente, la justificación de su misma existencia. Así lo entendió, hace 1.600 años, San Agustín, quien en su gran clásico La Ciudad de Dios, afirmó: Quitada la justicia, ¿qué otra cosa son los reinos, sino inmensos latrocinios? Los latrocinios, ¿qué son sino unos reinos pequeños? Porque también estos son una guarida de hombres que se rigen por el mando de su príncipe, unidos por pacto de asociación en la que la presa se divide en la proporción convenida. Este mal, si crece con la agregación de tanta gente perdida, y llega al grado de tener lugares y constituir sedes y ocupar ciudades y someter pueblos toma el nombre de reino que manifiestamente le otorga no la codicia dejada sino la impunidad añadida. Con tanto donaire como verdad respondió un pirata apresado por Alejandro Magno. Preguntado este hombre por el mismo rey, si le parecía bien tener el mar infestado con sus piraterías, el pirata le contestó: “Lo mismo que te parece a ti tener infestado el orbe; solo que yo porque pirateo con un pequeño bajel, me llaman ladrón y a ti, que con una armada imponente pirateas, te aclaman Emperador”. Modernicemos algunos términos: “latrocinio” es una gavilla organizada de delincuentes, “reino” es hoy el Estado…, etc. Y si este reino o Estado ya no tiene por finalidad y actuación la justicia, pues para Agustín solo difiere de una banda delincuencial en el tamaño. Pierde así la justificación de su misma existencia. Lejos está Agustín de ese ideal griego de la política, al estilo de Platón y Aristóteles. Algunos comentaristas lo sitúan más bien en el anarquismo. Y ya va anunciando a un Macchiavello, en tanto que da una descripción descarnada de la esencia misma del poder. Sea como fuere, conviene recordar estas reflexiones ya clásicas. Que no por antiguas dejan de ser vigentes, pues la justificación del poder ha sido y será siempre un tema en debate. Y “nuestra” corrupción enquistada en el Estado peruano pone al Estado como tal, a su existencia misma, en el centro de ese debate. Como para pensarlo, ahora que estamos cerca de cumplir doscientos años de Estado Republicano.