La misma preocupación siento ahora que comienzan a aparecer brotes nacionalistas en el Perú, todos enfocados en los más de 350 mil venezolanos que debieron salir de su país, arruinado por las políticas enloquecidas de Hugo Chávez y Nicolás Maduro.,Me fui del Perú hace cinco años. Cuando lo hice no calculé cuánto tiempo estaría afuera, solo que quería viajar, conocer gentes nuevas, familiarizarme con culturas distintas. Tenía como ejemplo a los escritores peruanos que más admiro, como Julio Ramón Ribeyro, Alfredo Bryce o Mario Vargas Llosa, que al marcharse encontraron la distancia necesaria para hablar de nuestro país. Terminé por afincarme en Madrid, donde conocí a mi esposa y nacieron mis hijos. Tengo amigos escritores, estudiantes, periodistas, electricistas, obreros, repartidores, encargados de la mudanza. Uno de los efectos más maravillosos de la diáspora es la desaparición de las estúpidas barreras que existen aunque no las podamos identificar. Cuando estamos fuera del Perú, solo somos peruanos. Al salir de mi país volví al continente de donde habían partido mis antepasados. Mi apellido paterno proviene de Cerdeña, una isla italiana en el corazón del Mediterráneo, y el materno de Brunate, un pueblecito próximo a Milán que mira al lago de Como. Soy el resultado de innumerables viajes de ida y vuelta, una síntesis de orígenes, costumbres e historias. Creo que el germen de la migración está inscrito en mi ADN, que nunca habría nacido si los nacionalismos hubieran triunfado, que felizmente tuve predecesores que se atrevieron a transgredir fronteras. He visto con alarma cómo han ido creciendo los discursos de extrema derecha en Europa. Uno de los casos más recientes ha sido el de la propia Italia, donde un político populista y xenófobo como Mateo Salvini, líder de la Liga del Norte, se ha hecho con la vicepresidencia y el ministerio del Interior, desde donde encabeza una violenta política de cierre de fronteras a la inmigración. La misma preocupación siento ahora que comienzan a aparecer brotes nacionalistas en el Perú, todos enfocados en los más de 350 mil venezolanos que debieron salir de su país, arruinado por las políticas enloquecidas de Hugo Chávez y Nicolás Maduro. He leído noticias que se han viralizado a toda velocidad: que el presidente Vizcarra aumentó el sueldo mínimo a los venezolanos, que los venezolanos están ocupando puestos en el sector público, que el SIS que no le dan a los peruanos se lo dan a los venezolanos, que 400 mil venezolanos votarán en las elecciones regionales y municipales, que miles de delincuentes venezolanos están entrando al Perú. Todas estas informaciones son manifiestamente falsas. Las produce alguien interesado en crear zozobra y distraer a la opinión pública. Tienen impacto porque apelan a los sentimientos más primarios: el rechazo al diferente, la desconfianza al recién llegado, la conveniencia de creer que el extranjero es responsable de nuestros problemas. Hitler hizo lo mismo con los judíos, con consecuencias de sobra conocidas. Mucho se ha repetido que hay casi tres millones de peruanos viviendo en el exterior. Estamos hablando de cerca del 10% de los habitantes del territorio peruano, o lo que es lo mismo: todos tenemos parientes y amigos que han partido para buscarse un futuro mejor y que ingresan millones de dólares en divisas. Durante años nos quejamos por el trato discriminatorio y humillante que muchos de ellos debieron sufrir en su proceso de integración. Ahora que nos toca ser un refugio, ¿qué clase de país queremos ser?