Fuerza Popular ha crecido en fortaleza partidaria, pero sigue siendo una barrera para construir instituciones y promover el desarrollo,La crisis vuelve a mostrar que el fujimorismo no tiene un plan para atacar problemas nacionales y, más bien, nos enseña cómo en muy poco tiempo Fuerza Popular ha usado su enorme poder para engarzarse con lo peor de un statu quo con gran poder en el país. Estas alianzas lo ponen una y otra vez del lado de quienes se benefician de la institucionalidad existente, no la formal sino de la real. Ya mostraron esta actitud anti-reformista al atacar la reforma de la educación. También al defender a cooperativas de crédito y otros actores informales y formales que se benefician de la débil regulación. Pero en general es más la ausencia de planes lo que desnuda esta incapacidad de construir. Los audios los han dejado helados, más preocupados con lo que puede aparecer que con desarrollar un discurso crítico (y autocrítico) sobre lo que debería hacerse frente a la podredumbre. Es avezado describir esta relación con actores informales e ilegales como una forma de representación de los intereses de sus votantes más pobres. Al ser vínculos particulares se describen mejor como gestión de intereses de mafias poderosas, no de los intereses generales de los ciudadanos de a pie. No niego que en otros temas que me resultan igual de negativos (temas de igualdad, criminalidad) el fujimorismo sí puede estar representando demandas de sus electores, pero no disfracemos de representación lo que es algo mucho más oscuro. Por lo general estos ánimos anti-reformistas se justifican baja la careta de batallas ideológicas. En nombre de la lucha contra los caviares o con las izquierdas chavistas, se justifican una serie de actos y posiciones del partido. Bien mirados, nos encontramos con toda una cuchipanda de intereses que no quieren ser regulados ni controlados. Por supuesto, puede haber conservadores honestos que creen esas cosas por exageradas que parezcan. Y sin duda hay distancias ideológicas en temas centrales de nuestra política que explican la desconfianza frente a actores con ideas distintas. Pero harían bien quienes por razones ideológicas apoyan las actitudes matonescas del fujimorismo y su comparsa mediática en percatarse de que se han convertido en coartada. Cuando pasas por agua tibia el tipo de cosas que nos muestran los audios por tus posiciones ideológicas es que algo anda muy mal con tu ideología. Héctor Becerril es el mejor ejemplo de este desinterés reformista disfrazado de ideología conservadora. Becerril se ha llenado la boca denunciando conspiraciones y atacando planes de reforma de personas honestas, denigrándolos con todo tipo de insultos e infundios. La situación actual nos muestra evidencia importante de lo que ya sospechábamos: sus motivaciones no solo serían la de un conservador, sino la del aprovechado que ha encontrado un discurso que se acomoda bien a sus intereses. Me dirán que el fujimorismo siempre fue así, que en los noventa utilizó esta misma estrategia macartista para construir una enorme corrupción y también estableció vínculos con la ilegalidad con el silencio de quienes se beneficiaban de sus reformas económicas. Mi punto no es negar los vínculos con los estilos y formas del pasado, hay muchas conexiones como para hacerlo. Lo que quiero resaltar es que mientras crecía su poder en la última década ha aumentado también su articulación y tolerancia con intereses particulares, varios nuevos. No todo es continuidad. Y lo nuevo también es negativo. Por ello, escuchar a Keiko Fujimori hablar de reformar la justicia es sicodélico. Cuando le digan que los partidos políticos son buenos para la democracia y construir instituciones sanas usted, como Jarabe de Palo, responda que depende. Depende de cómo se usa ese poder. Fuerza Popular ha crecido en fortaleza partidaria, pero sigue siendo una barrera para construir instituciones y promover el desarrollo.