Una de las cosas urgentes que me parece debemos comenzar a hacer en este país, es hacer hablar a los hombres, que ellos expliquen también cómo están recibiendo este proceso, cómo están procesando estos cambios, qué de ellos entienden, aceptan, qué no y por qué. De qué manera les resulta complicado, difícil o imposible incorporar en sus hábitos estos cambios de trato hacia la mujer.,Hombres y mujeres necesitamos conversar acerca de las consecuencias de este gran cambio de paradigma en función al reacomodo de los roles femenino y masculino. Una urgente cuestión que atender, me parece, es entender que hay en curso y desplegándose varios niveles o tipos de demandas por parte de las mujeres, y que es imprescindible separar los distintos grados de infracciones, transgresiones y violaciones en las que incurren los hombres y que son – entre otras - causas de esa lucha justa e indetenible. Sin dejar de ser todos indeseables y sujetos a sanción, un acosador no es igual a un violador, o un “piropeador callejero” igual a un violador; o un sujeto que denigra públicamente a una mujer no es igual a un tipo que le pega puñetes a una mujer o al feminicida. Y desde allí es importante distinguir grados de respuesta y sanción que no pueden ser los mismos pese a que son todos ellos actos repudiables y que hay que seguir insistiendo en su erradicación. Por ejemplo, se expone públicamente una conversación privada sin consentimiento de dos muchachos. El dialogo revela el típico comportamiento de complejo de virilidad “macha” en el que (y acá recurro a la memoria) se refieren a una mujer solo como “un par de ricas tetas” o como a quien “hay que darle su penitencia o castigo” o “buen culo” o “¿campeonaste?”, etc. etc. Las formas son muchas y varias (de hecho he elegido las más leves) pero la reducción de la mujer a un burdo calzón es la misma. Si bien este es el nivel menos urgente de la lucha feminista, no por ello es menos importante y explico por qué. Los hombres se degradan ellos mismos cuando se refieren a una mujer de manera degradante. Este tipo de conversaciones entre hombres es uno de los síntomas de su total incomprensión de cuán ofensivo resulta para una mujer conocer que ellos se refieren a ellas así. Y por supuesto que son conversaciones privadas que no están destinadas a ser vistas o escuchadas por mujeres, pero el solo hecho de saber que tales o cuales hombres son capaces de ese tipo de denigración de la condición humana de la mujer a un mero trasero por “ganar” que les otorga una suerte de “puntaje” o “prestigio” de macho, es decepcionante y agraviante para la condición de mujer. Y sin embargo es una práctica muy común, validada por la cofradía “macha” y que quizás sea una de las últimas cosas en desvanecerse de las interacciones sociales porque son las más invisibles. También es una de las causas por las que muchos hombres reclaman a la lucha feminista un intento de censura de sus expresiones más espontáneas, viscerales y habituales. Pasó ahora último con los pelotudos que en el mundial degradaron a distintas mujeres públicamente. A una importante cantidad de peruanos, incluso algunos que apoyan la lucha feminista, les pareció no mucho más que una broma estúpida. Y ese tipo de divergencias son las que impiden que hombres y mujeres nos entendamos, que los hombres entiendan por qué nos es necesario que las cosas cambien no solo a un nivel de discurso, o a nivel político, sino incluso a nivel muy íntimo, allí donde los hombres sienten que por ser interacciones privadas son por ello menos degradantes o que no inciden en el problema. El lenguaje construye/afirma realidad y es muy potente en el discurso público tanto como en el privado. Por eso una de las cosas urgentes que me parece debemos comenzar a hacer en este país es hacer hablar a los hombres. Que ellos expliquen también cómo están recibiendo este proceso, cómo están procesando estos cambios, qué de éstos entienden, aceptan, qué no y por qué. De qué manera les resulta complicado, difícil o imposible incorporar en sus hábitos estos cambios de trato hacia la mujer. Desde la acción hasta la palabra. Desde sus círculos laborales, académicos, familiares, sociales, hasta los más íntimos con la pareja o con los amigos. Veo que hay muchas discusiones, desavenencias y confusiones actualmente en este proceso que debe incluir a aquellos hombres que empiezan a entender, que creen en esta lucha y que están dispuestos a hacer esos cambios en ellos mismos pese a la complejidad que implica modificar hábitos de conducta de años, décadas, siglos. Este plano de la lucha no es el más urgente - lo urgente es salvar a las mujeres en peligro de muerte y violación, a las violentadas física o psicológicamente – pero sí es de una gran relevancia porque eventualmente estas denigraciones, que son también causa y efecto – síntoma y enfermedad - del patriarcado y su abuso de la mujer, serán síntoma de que algo cambió. Son muchas cosas imposibles de agotar en estas líneas, pero sigamos hablando. Lo necesitamos.