Es difícil perder. Más aún si tu equipo consigue tener un ritmo lejano a su base, con la pelota en el piso como nos gusta, buscando siempre la posibilidad de hacer daño, apelando a la construcción ingeniosa y por supuesto, usando el talento libre, creativo, lúdico y majadero de sus intérpretes. Perú recuperaba con ferocidad, entregaba el protagonismo por minutos para luego llegar al arco rival. Algunos aprovechan la situación para celebrar porque aunque suene extraño, al perder varios ganan y comienzan a elaborar juicios desde un dudoso lugar de superioridad. Otros aducen falta de jerarquía. Me parece excesivo, no tuvimos precisión en la última decisión. Si usted se anima en un concepto impopular para los especialistas, nos faltó suerte. Por segundos, nos ganó la ansiedad. Más simple, no entró. Vivimos en un país injusto que se convierte en dueño del fútbol cuando gana y detesta a sus jugadores cuando pierden, porque la victoria es de todos y las derrotas son de ellos. Ayer me partía el corazón ver a mi hija en el estadio a punto de llorar, sin embargo, le podía decir que Perú no fue superado en el juego, que peleó sin complejos en la élite. Que estamos bien representados por el grupo que moldeó Gareca. Que Yotún y Carrillo estuvieron en un nivel excepcional. Que abrazaría a Cueva y le agradecería por ese segundo tiempo, que pronto vendrá su revancha. Que los errores que se vieron al retroceder serán corregidos. Que Francia y Australia nos van a tener que soportar. Que pase lo que pase tenemos que seguir alentando, que ese es nuestro lugar sagrado, el lugar del hincha. Y ella al rato, comenzó a cantar. Como no te voy a querer, gritaba su canción. Saransk, junio 2018.