El congresista Julio Rosas, luego de renunciar al partido Alianza para el Progreso (APP), había comprado un kit electoral para crear un nuevo partido con el nombre “Acción Cristiana”. La intención es participar en las próximas elecciones presidenciales. ,Hace unos días el diario El Comercio (08/06/18) hizo público un informe en el que se daba cuenta de que los evangélicos en el país se estaban reagrupando con miras a las elecciones del 2021. La idea era crear un partido de extrema derecha para “capitalizar el respaldo de los sectores más conservadores”. También informaba que el congresista Julio Rosas, luego de renunciar al partido Alianza para el Progreso (APP), había comprado un kit electoral para crear un nuevo partido con el nombre “Acción Cristiana”. La intención es participar en las próximas elecciones presidenciales. A Rosas lo anima no solo el rápido desarrollo que han tenido los “movimientos ciudadanos” como “Con mis hijos no te metas” o la Coordinara Nacional Pro Familia (Conapfam) en el país, sino también los avances o éxitos que otros movimientos evangélicos (también los podemos llamar “nuevos cristianos” o pentecostales o neopentecostales) han tenido en diversos países de la región. La presencia de estas corrientes religiosas en las últimas elecciones presidenciales en Costa Rica ha sido significativa. Lo mismo se puede decir en Brasil, país en el cual hay más de 42 millones de evangélicos, un poco más del 22% de la población. En otros países como Nicaragua, Honduras y Guatemala, el 40% de su población está compuesta por estos “nuevos cristianos”. Y en toda la región son el 20% aproximadamente. Sin embargo, hay otros hechos que nos parece importante destacar. El primero es que esta ofensiva evangélica está orientada a construir partidos aparentemente no confesionales. Como afirma Oscar Amat y León en el informe de El Comercio: “Lo que va a trabajar ahora Rosas no es un partido confesional. Humberto Lay y Restauración Nacional fue el último intento evangélico que nunca logró salir de la cola de los porcentajes de aprobación”. Como contraparte de ello están los “movimientos ciudadanos” que buscan tomar distancia de los movimientos estrictamente religiosos. En una entrevista a Christian Rosas, hijo del congresista Julio Rosas, integrante de la Coordinadora Nacional Pro Familia y vocero del colectivo “Con mis hijos no te metas”, este afirma lo siguiente: “La mayoría somos un grupo independientemente... los que participan con mayor frecuencia son evangélicos, católicos, pero no tiene nada que ver con la religión” (Diario Perú 21: 19/01/17). En otra entrevista, el mismo Christian Rosas ha dicho sobre este futuro partido: “No nos limitamos a los evangélicos. Hay católicos y de otras denominaciones. No hay límites por la religión, sino el respaldo a estos principios (cristianos)”. Coincidente con ello reivindican la “libertad religiosa” como valor democrático frente a lo que se interpreta como la imposición desde el Estado de “ideologías contrarias” a las creencias de la mayoría”. Es decir, apelan a un derecho democrático y no a un discurso puramente religioso. El segundo hecho es que estos grupos de nuevos cristianos (o evangélicos o neopentecostales) expresan, como diría Harold Bloom respecto a la aparición de la religión de los mormones en EEUU, “una separación mucho más radical con la tradición protestante”. Estaríamos en una etapa postcristiana que ha roto no solo con la llamada tradición protestante sino también con la católica. El tercer hecho es que lo que une a estos grupos religiosos no es necesariamente una religión específica ni tampoco una misma doctrina o teología sino más bien una plataforma conservadora y que está propiciando, como ha dicho Silvio Waisbord (New York Times: 07/02/18), un nuevo conservadurismo cultural “que pretende desandar algunos de los mayores logros sociales, incluyendo la mayor concientización sobre la violencia de género… El conservadurismo cultural argumenta que los valores tradicionales se están perdiendo frente a lo que se denomina ‘ideología de género’, que es el cajón de sastre al que los conservadores arrojan todo lo que rechazan: el movimiento feminista, los derechos reproductivos de la mujer, el matrimonio igualitario”. La llamada Marcha por la Vida que congrega mayoritariamente a miles de personas de diversas orientaciones religiosas, y hasta no creyentes, es acaso el mejor ejemplo de estos movimientos conservadores y postcristianos. Por eso, antes que un “momento religioso”, lo que estamos empezando a vivir es un “momento conservador y postcristiano”.