Humala ganó en 2011 con una plataforma todavía contestataria, pero al llegar al gobierno rápidamente rompió la coalición de izquierda que lo había acompañado, que fue sustituida en parte por una elite tecnocrática, con lo que el modelo continuó.,La semana pasada comentaba que ni los países en los que primó la continuidad liberal, ni los que experimentaron el “giro a la izquierda”, ni los que ensayaron proyectos socialdemócratas en la región en los últimos años lucen bien. En México las reformas neoliberales iniciaron con Salinas de Gortari, con la emblemática firma del Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos y Canadá en 1992. Con la derrota del PRI en 2000 logró imponerse la derecha con el PAN, con Vicente Fox y luego con Felipe Calderón en 2006, a pesar de lo ajustado del resultado electoral frente al candidato de izquierda, Andrés Manuel López Obrador (AMLO). Pero en 2012 quien volvió al poder fue el PRI, con Enrique Peña Nieto. El inicio de su mandato fue impresionante: implementó por ejemplo una reforma constitucional para abrir a la inversión privada el sector hidrocarburos, acabando con uno de los pilares simbólicos del viejo nacionalismo revolucionario, revirtiendo la nacionalización del petróleo de 1938, de Lázaro Cárdenas. Lanzó una ambiciosa propuesta de reforma educativa que enfrentó directamente al esquema corporativo tradicional del Estado mexicano, de cooptación política a cambio de amplias prerrogativas sindicales, que llevaban a escandalosos esquemas de corrupción; que se expresó en el encarcelamiento de la poderosa dirigente sindical Elba Esther Gordillo. Peña parecía encarnar una nueva generación priísta, alejada de las prácticas del pasado; hoy de cara a las elecciones del 1 de julio, los mexicanos parecen dispuestos a hacer un giro radical, y llevar finalmente a la presidencia a AMLO en su tercer intento. El ímpetu reformista encalló, el crecimiento económico resultó mediocre, Gordillo fue liberada, el PRI volvió a verse involucrado en casos de corrupción, la supuesta renovación generacional no fue tal, y resultó siendo una combinación de las mañas de las generaciones viejas con la ineficacia e inexperiencia de las nuevas. En nuestro país, a pesar de la estrepitosa caída del fujimorismo en 2000, durante el gobierno de Toledo primó la continuidad económica; en 2006 Humala obtuvo la mayor votación en primera vuelta con una plataforma radical, pero gracias a la segunda volvió al gobierno García. Se temió una vuelta al populismo, pero este gobernó con una inesperada ortodoxia económica, aun más escrupulosa que la que reclamaban quienes temían al populismo. Humala ganó en 2011 con una plataforma todavía contestataria, pero al llegar al gobierno rápidamente rompió la coalición de izquierda que lo había acompañado, que fue sustituida en parte por una elite tecnocrática, con lo que el modelo continuó. Durante todos esos años el país creció, la pobreza se redujo, logros notables no solo en el contexto de nuestra historia reciente, también en el marco regional. Nuestro país era percibido como un ejemplo a seguir. Tan consolidado parecía el modelo que en 2016 la segunda vuelta terminó siendo disputada por dos candidatos claramente orientados a favor de su continuidad. Ganó Kuczynski, personaje emblemático de las reformas neoliberales; es más, PPK era coautor con John Williamson del libro Después del Consenso de Washington. Relanzando el crecimiento y las reformas en América Latina (2003), con lo que el sueño de la “segunda generación” de reformas parecía hacerse realidad. Al final, su gobierno terminó manchado por acusaciones de corrupción, revelaciones de relaciones indebidas entre autoridades políticas, técnicos e intereses privados ocurridos en los últimos años, y su renuncia precipitada por los límites políticos de un manejo tecnocrático del Estado.