El hombre en la Marcha Por la Vida gritándole “¡que te aborte tu madre, que te aborte tu madre, perra, perra!” a una chica que con libertad defendía su posición a favor de la legalización del aborto; la pancarta con la frase “el aborto es el peor abuso hacia menores”, relativizando el infierno que sufren miles de niños y niñas en el Perú; y, la expresión del mismísimo cardenal invitando a quienes no están de acuerdo con él a “suprimir” sus vidas, lo dice todo. Detrás de tanta agresión puede haber ignorancia y autoritarismo, pero también hay frustración ante los cambios que inevitablemente están llegando y que algunos parecen entender como una ofensa, como si se tratase de ellos. Este es asunto de salud pública, no de opinión personal. Un buen ejemplo es Uruguay. Cinco años después de su legalización los resultados son sorprendentemente positivos: disminuyó a cero las muertes por abortos inseguros y, gracias a los nuevos servicios de salud sexual y reproductiva, la cantidad de embarazos no deseados, principalmente entre adolescentes, se ha reducido notablemente. Además, el número de abortos no ha incrementado, por el contario, se prevé que en los siguientes años se reducirá. Por eso el debate no debe centrarse en si estamos a favor o no del aborto, finalmente esa es una decisión que ha recaído y seguirá recayendo en las misma mujeres, sino en cómo asegurar que ni una mujer más muera por abortar en lugares clandestinos o se sienta desprotegida ante una situación tan difícil como esa. El debate también debe enfocarse en la necesidad de blindar las políticas púbicas de posiciones religiosas y dogmáticas, así como en construir estrategias para enfrentar el embate conservador que busca imponer su mirada restrictiva en este y otros planos. Quienes apostamos por una modernidad liberal en el país tenemos que asegurar que así sea.