Necesitamos algo más que palabras, es imprescindible modificar nuestra tradición, ser parte de una revolución que abra nuestras cabezas y corazones, volver a fundar nuestra masculinidad, exigirnos una revolución que vaya creando espacios igualitarios, un lugar donde las mujeres no teman ser violadas, quemadas, asesinadas.,Nos gastamos la vida discutiendo el tema. No sirve de nada, al día siguiente un hombre prende fuego a una mujer. Le quema todo el cuerpo, la dignidad, los sueños. El cobarde tuvo tiempo para pensar, planificar, seguirla, esperar, subir al bus,intentar matarla. Los testigos llenos de pavor lo vieron mientras temían morir. Fugó, se escondió, negó su responsabilidad mientras se orinaba en el interrogatorio. Al confesar, después de ser apresado, ganó por el absurdo de la norma. Su abogado comenzó a hablar de delitos menores, no del que corresponde: feminicidio. En paralelo, el asesino que mató con una comba a la muchacha a la que alguna vez le dijo te amo, sale a la calle por la precariedad de un sistema judicial tan abrumado como insensible. Algunos escriben sobre la difícil vida que tenemos los hombres: Que también nos atacan, que el feminismo nos ofende, que hay que decirles feminazis. Que hay que humillarlas en las redes. Seguimos equivocados, teniendo como único objetivo protegernos, sin estar dispuestos a cambiar, a entender que incluso en la radicalización hay un grito desesperado que busca un lugar menos hostil para las mujeres. Necesitamos algo más que palabras, es imprescindible modificar nuestra tradición, ser parte de una revolución que abra nuestras cabezas y corazones, volver a fundar nuestra masculinidad, exigirnos una revolución que vaya creando espacios igualitarios, un lugar donde las mujeres no teman ser violadas, quemadas, asesinadas. En serio, es ridículo que nos quejemos, no hay nada más grave y peligroso que ser mujer en nuestro país.