Los acusados se defienden, pero la suma de destapes empieza a cobrar su propia dinámica, que se dirige hacia una imagen unificada de descontento.,Cada día aparecen más inclinados a criticar, e incluso descalificar, a uno u otro nuevo ministro. Como es natural todas son invalidaciones que aluden al pasado. Así, han empezado a desfilar por diversos medios ministros que son embozados izquierdistas, fujimoristas, montesinistas, humalistas. Un tipo de lista que promete alargarse con el tiempo. Esto se atribuye a motivos que van desde un descuido a la hora de seleccionar hasta una conspiración en toda la línea, pasando por pactos subrepticios que recién ahora se ponen en evidencia. Los acusados se defienden, pero la suma de destapes empieza a cobrar su propia dinámica, que se dirige hacia una imagen unificada de descontento. El argumento práctico para explicar lo sucedido es que fue difícil encontrar gente que integrara un gabinete en medio de la crisis. El argumento político podría ser la necesidad de un gabinete capaz de reflejar una variedad de posiciones, algo que de hecho se ha logrado. Luego está el hecho de que todo gabinete se forma con compromisos previos y relaciones personales. El origen de la información sobre nuevos ministros está en la legítima, no siempre neutra, predisposición de los medios a investigar. Pero a partir de allí los reproches más ásperos suelen provenir del celo ideológico, de la búsqueda de lo intachable, de la experiencia de ministros políticamente sesgados a partir de su currículo, o de una vocación innata de jefe de personal. Hay en esa suma de descontentos una incipiente, pero evidente, descalificación del presidente y del primer ministro, responsables de la selección y de los nombramientos. En este sentido la realidad los está alcanzando, y aunque el optimismo sigue fuerte y la aprobación alta, ninguno de los dos es visto ya con la rutilante aureola de los primeros días. Pero quizás a los desencantos, los comprensibles y los irracionales, se les debería contraponer la urgente necesidad de superar la crisis de entrampamiento político de la cual venimos, y que de ninguna manera parece resuelta. Sin duda la confrontación de ideas es necesaria, pero no es indispensable convertir al gabinete en su campo de batalla. En un país donde cualquier político puede reunir en su trayectoria la asociación con media docena de partidos o más, cualquier pasado político y cualquier cambio de posición tienen que ser sopesados con cuidado. El incendiario de ayer puede ser el bombero de mañana, y viceversa.