Las elecciones han pasado de ser una fiesta cívica digna de ser celebrada, a pesar de sus naturales disputas, a ser una confrontación sombría, a la que ronda la sospecha de una presencia de persuasores ocultos.,En una nota satírica de The New Yorker sobre una reciente derrota de los republicanos en Pennsylvania, Andy Borowitz hace decir a Vladimir Putin: “Nuestros trolls de las redes hicieron un gran trabajo para hacer ganar a Rick Saccone, pero nos faltó un día, y también un último rublo”. Pero las influencias extranjeras en las elecciones del mundo han dejado de ser un chiste. ¿Es esa intromisión realmente posible? Las investigaciones en los EEUU dicen que sí. Allá el instrumento habría sido la influencia de las redes sociales, difundiendo medias verdades, post-verdades o mentiras. En la experiencia peruana ha sido más bien el dinero impuro y duro de la constructora Odebrecht. Si bien es cierto que la empresa ayudó a casi todos los candidatos, el direccionamiento estuvo allí. Cuando Barack Obama utilizó Internet para su candidatura del 2009, las redes fueron usadas básicamente para acopiar fondos de campaña. Es recién en la campaña de Donald Trump del 2016 que fueron usadas para difundir contenidos, mayormente falsos, sobre la candidata rival. En estos intentos de dezinformatsiya se habría esmerado el elenco de operadores al servicio del gobierno ruso, dice el Partido Demócrata. Como en el 2021 los aportes a las campañas peruanas van a ser algo más difíciles de realizar, suponemos, quizás las llamadas redes sociales serán las que tomen la posta del subsidio electoral. De hecho ellas ya son entre nosotros un campo de batalla política en que el arma preferida es la manipulación de la verdad, cuando no la mentira monda y lironda. Sin duda lo que hacen los partidos locales desde sus computadoras lo podría hacer un gobierno extranjero desde las suyas. En esa línea, sorprende que un régimen como el de Nicolás Maduro no esté ya dedicado a bombardear cibernéticamente la plaza limeña. ¿O sí? En cualquier caso, hay allí material de sobra para las teorías conspirativas. Las elecciones han pasado de ser una fiesta cívica digna de ser celebrada, a pesar de sus naturales disputas, a ser una confrontación sombría, a la que ronda la sospecha de una presencia de persuasores ocultos. El próximo Odebrecht ya no ofrecerá dinero líquido, sino campañas en redes investidas del último grito en manipulación del electorado. Para algunos, irresistible.