Sus excelentes relatos y ensayos circularon en ediciones limitadísimas, que hoy jóvenes fanáticos persiguen y atesoran.,Con los años Luis Loayza ya se había convertido en eso que se llama un escritor de culto, lo cual no dejaba de sorprenderlo. En este caso quiere decir intensamente admirado por un círculo reducido de lectores selectos. En verdad hoy el círculo ya no es tan reducido, y frente a Loayza la idea ha pasado a ser también que su fama es mucho menor que la calidad de su obra. Para los estándares del mundo editorial escribió realmente poco, y no le entregó un solo día a la tarea pública del narrador moderno. Nunca concedió una entrevista, una presentación, una firma de libros. Sus excelentes relatos y ensayos circularon en ediciones limitadísimas, que hoy jóvenes fanáticos persiguen y atesoran. Aunque todavía tuvo tiempo de ver su obra reunida, en dos tomos. Si su principal encanto está en su célebre prosa, también influyó en su prestigio el estilo personal. Las anécdotas que adornan su figura hablan de una relación original y apasionada con las letras, las que escribió, y más aun las que leyó. Una vez dijo que no volvería a leer textos con más de 50 páginas, y hasta donde se puede saber, cumplió su promesa. En otro momento informó que no volvería a la creación literaria, otra promesa que cumplió, para desazón de la revista Hueso húmero, cuyo consejo de redacción integró desde el inicio. A partir de allí solo escribió cartas, a un par de amigos cercanos. Todas estas prescindencias fueron parte de una vocación sedentaria en su aislamiento europeo. Sin embargo la relación con el Perú que dejó atrás fue intensa. Casi no escribió sobre otros temas que los peruanos, alimentados por la experiencia juvenil y la reflexión madura, siempre una visión exacta. El retorno físico a Lima (su familia, sus amigos) siempre le fue difícil, hasta que se volvió doloroso, y de allí, imposible. Ciertamente la suya es una obra sin bestsellers, pero a cambio de eso ella no ha envejecido nada en más de medio siglo, y queremos pensar que su relación con el público lector seguirá en el punto exacto donde él la ubicó. En el descubrimiento juvenil de la excelencia literaria, en una versión local y actual de los clásicos que él frecuentó.