Estamos en un periodo de parálisis como producto del conflicto entre estas fuerzas regresivas, y las que se oponen a dejar que el Perú pierda lo avanzado en estos años de democracia.,Que si temo a la muerte más que a ella misma es por esa parálisis de la inmovilidad. ‘El pirata’ (Los Embajadores Criollos) Todos lo sentimos. El país está en un estado de suspensión ingrato. No es una de esas situaciones de ingravidez en donde uno se siente ligero, flotando en la despreocupación. Todo lo contrario. Hay una sensación de inminencia trágica, análoga a la que pueden haber sentido esos pasajeros del ómnibus que acaba de despeñarse en Ocoña (tal como ocurrió en Pasamayo), al advertir que el chofer de un vehículo de dos pisos manejaba a excesiva velocidad por una ruta tan inadecuada como peligrosa. Es la intuición del abismo. Eso que no figura en ninguna de esas canciones de exaltación patriótica, pero forma parte de nuestra esencia. Es cierto que los peruanos hemos desarrollado anticuerpos para tolerar mentiras, arbitrariedades y estupidez. Adaptación le llaman. Pero incluso estando acostumbrados a sobrevivir en una sociedad signada por la precariedad, hay un punto de hartazgo en donde se incuba la revuelta. Desde la incapacidad clamorosa para la “reconstrucción con cambios” hasta el “indulto humanitario”; desde la “experiencia formativa en situaciones reales” hasta las preguntas editadas a Jorge Barata (de modo que no aparezcan las iniciales AG o PPK); desde las tristes querellas de los hermanos Fujimori hasta el proyecto de ley para amordazar a los medios privándolos de publicidad estatal. Podría seguir enumerando ejemplos pero el lector habrá deducido el punto: estamos en un periodo de parálisis como producto del conflicto entre estas fuerzas regresivas, y las que se oponen a dejar que el Perú pierda lo avanzado en estos años de democracia. Porque lo cierto es que la economía estancada es el espejo de una política estancada, solo que esta última lo es tanto en el sentido de las fuerzas en pugna como en la imagen del charco y la pestilencia. El Gobierno tiene una responsabilidad protagónica en esta inercia tanática, al haber puesto su supervivencia por encima del bien común. El fujimorismo de Fuerza Popular no le va en zaga y, en general, los partidos representados en el Congreso se muestran erráticos y perplejos. Para no hablar de las barbaridades que el alcalde Castañeda le sigue haciendo a la capital. Tiene razón Manuel Velarde al tildarlo de miserable. Eso lo describe moralmente hablando. En estas circunstancias, lo peor que podríamos hacer los ciudadanos es callarnos y esperar que algo pase. El Presidente de la República nos ha mentido en asuntos graves como la justicia debida a las víctimas del grupo Colina, o bien en sus negocios de puertas de hotel de la quinta avenida de Nueva York. ¿Debemos seguir aguardando el desenlace del sainete de la vacancia? Personalidades tan diversas como Mario Vargas Llosa o César Hildebrandt han coincidido en su condena a los actos de PPK. Concluyamos diciendo que Los Embajadores Criollos habrían manejado mejor el vals con el execrable Nicolás Maduro.