Cuando alguien te dice que se fuma tres cajetillas diarias es porque ya perdió la cuenta, pues de cada bolsillo al que metas la mano salen cigarros.,El que se me pasara la fecha quizá sea expresión de que la victoria fue definitiva (aunque el monstruo siga por ahí rondando), pero la cosa es que el miércoles cumplí una década sin fumar. Lo recordé solo cuando ayer vi en twitter un artículo sobre técnicas para dejar de fumar. Fumé, creo, desde los doce años. Un día mi madre se enteró porque me pidió que vaya a la esquina a comprarle una cajetilla y, por mi flojera de no caminar, se me salió darle un cigarrillo suelto que tenía en el bolsillo, que era como entonces los compraba. Como ocurre con los vicios, la dosis creció. El frío de Cambridge, en los ochenta, cuando estudiaba en Harvard, me hizo comprarlos por cajas de diez paquetes. Y hacia 2008, cuando dirigía Perú.21, ya andaba en tres cajetillas de Marlboro rojo al día. Mi oficina era el único territorio liberado del diario donde se podía fumar. Cuando alguien te dice que se fuma tres cajetillas diarias es porque ya perdió la cuenta, pues de cada bolsillo al que metas la mano salen cigarros. Así estaba cuando un día me llamó mi amigo el doctor Elmer Huerta para decirme que Pfizer quería obsequiarle a un grupo de personas un tratamiento con un producto que se llamaba Champix para ayudar a dejar de fumar, y que él había recomendado que me invitarán. Tres días después, un domingo en la playa, me sorprendí explicándole a mi hijo Sebastián, entonces de 17 años, que no debía fumar ... pero hablándole con un cigarro en la mano. Y Cecilia llevaba años diciéndome en todos los tonos que no fumara, con razones ‘principistas’ como las de mi salud, hasta las ‘prácticas’ de que su ropa apestaba siempre a cigarro. Como parte del programa, visité al neumólogo Alfredo Guerreros y al psicólogo Milton Rojas de Cedro. Ambos me dieron pautas y me explicaron algo valioso: en promedio, la gente deja de fumar al octavo intento; si fracasaba, era cosa de persistir. Todos fueron de gran ayuda, y se los agradezco, especialmente a Cecilia. No fue fácil, pero dejé el cigarro al primer intento hace justo una década, y aquí estoy, contento de lograrlo, aunque con otros vicios, como unos 35 kilos más pues parece que cambié el tabaco por la comida. No me molesta que fumen a mi lado. Al contrario, me gusta mucho el aroma del tabaco, y aún tengo mis Cohiba guardados, como esas cajas de vidrio a romper en la emergencia. Tampoco pierdo la esperanza de leer un día, en la última edición de Scientific American, que fumar no hacía daño y todo era cuestión de una mala prensa. Hasta entonces, pretendo seguir en la abstinencia.