En el Perú, cuando una niña es secuestrada y torturada, la respuesta social no es el socorro, es la desidia.,Cualquier persona que haya sido víctima de un abuso o agresión puede decírtelo: la sensación detrás del miedo, la impotencia o la rabia siempre es la soledad. Y es ese descubrimiento del vacío el que te clava, a veces para siempre, la espina del dolor. En el Perú, cuando una niña es secuestrada y torturada, la respuesta social no es el socorro, es la desidia. Ocurre con las cosas que ocurren todo el tiempo: la consciencia se aletarga, la tolerancia se estira, la indignación se duerme. Y si encima un grupo de locas amenazantes de tu status quo no para de recordártelo, entonces ya te aburres. En nuestro país el dolor del otro es aburrido. Da pereza. Molesta. Así que preferimos dejar a nuestras niñas indefensas, ignoradas, solas. Una comisión llamada “de Justicia” se escenifica en el Congreso y lo que vemos es el enorme vacío en el que las hemos dejado. Lo denunció la congresista Indira Huilca. No asistieron ni la mitad de los parlamentarios. No hay debate posible. No cuando los que se enfrentan son la indignación versus la nada. Que esto ocurra a pocos días de lo ocurrido con Jimena es tan hiriente que cuesta siquiera escribir estas palabras. Los congresistas que no acudieron a la sesión extraordinaria de la Comisión de Justicia del Parlamento en la que se debatirían medidas y sanciones para proteger a nuestras niñas, han hecho gala, otra vez, de su monstruosa indiferencia. Las han dejado en esa habitación vacía, oscura, empapada por el miedo. Esperando, infinitamente solas, la llegada de los hombres malos. Los que quieran, pueden seguir preocupándose por Woody Allen y por el “puritanismo” y por el arte. Nosotras nos hemos ido a la guerra.