El estilo penoso de muchos congresistas peruanos.,Algunos ministros y congresistas tienen la extraña creencia, aunque la evidencia los desmienta, de que el coeficiente intelectual, el liderazgo y el respeto, vienen adscritos, como el celular, el automóvil o la oficina, de manera directamente proporcional a la importancia de su cargo, y que todo eso, junto con la lucidez, les llega con la rapidez del rayo apenas juran el puesto. Esto genera escenas francamente grotescas por el contraste cósmico entre la actitud de sabios que asumen, por ejemplo, no pocos congresistas, con la mediocridad profunda que se les nota apenas abren la boca. “Es mejor tener la boca cerrada y parecer estúpido, que abrirla y disipar la duda”, sugería Mark Twain, pero nuestros políticos no hacen caso. Los congresistas no tienen que ser sabios y quizá eso ni siquiera sea conveniente, pero sí es crucial que tengan sentido común para mantener los pies en la tierra cuando les salpica el oropel vacuo del poder. Sentido común les ayudaría a los políticos para fingir que son lo que es obvio para todos que no son pero se esfuerzan, con poco éxito, en parecer. Otra conducta frecuente y penosa del político es creer que puede mentir con entusiasmo sin desprestigiarse. Un editorial de El Comercio recordó esta semana la desfachatez del hoy presidente del congreso Luis Galarreta para reconocer, sin ruborizarse, que en las campañas 2010 y 2011 calificó a sus rivales de entonces, los fujimoristas, de mafiosos, violadores de derechos humanos y corruptos, y un tiempo después, cuando ya era fujimorista, decir que “esa fue la estrategia de campaña”. Javier Barreda también podría haber explicado mejor que solo decir que era posición del partido, cuando hace poco dijo que el gobierno es ‘incapaz’ y hoy resulta que ya no lo es. Los políticos agravian según el libreto del momento. Keiko Fujimori, por ejemplo, no dejaría de ser corrupta solo porque Galarreta milita en su partido, ni el gobierno ya sería capaz porque Barreda es ministro de PPK. Pero más graves son las difamaciones que lanzan los congresistas -Vilcatoma, Tubino, Beteta, Aramayo- gracias a que no pueden ser querellados por sus agravios sin fundamento pues gozan de una inmunidad que usan como corsarios para la impunidad. El otro comportamiento penoso del congresista es la prepotencia que derrocha, como ciertos miembros de la comisión Lava Jato con sus invitados, seguramente creyendo que deben ejercer el cargo a partir del ‘principio’ de que, autoridad que no abusa, se desprestigia. Eso sí lo hacen bien.