Estamos dando la pelea, pero seguirán los tiempos difíciles. En este momento varios protagonistas de poder político están en una situación de vulnerabilidad y se juegan su libertad o encierro. Keiko, PPK y Alan con Odebrecht y el interrogatorio ad portas de Barata; Keiko tiembla por las pesquisas de la Fiscalía del probo José Domingo Pérez; Alberto Fujimori con el mamarracho mal hecho del indulto y la gracia presidencial que lo retornarán a prisión. Tiempos difíciles porque cada uno de estos actores detenta un determinado poder que utiliza con las peores intenciones y las mayores de sus habilidades para revertir los peligros en su contra. Ninguno está quieto, todos en crisis mueven sus fichas tras bastidores de un tablero que se llama Perú y que sufre las consecuencias de sus malas artes. En el tablero formal, el del poder institucional del gobierno de cara a la población, las cosas están igual o peor. El presidente está a merced de cómo se resuelve la pugna de poder entre los 3 Fujimori: Alberto, Keiko y Kenji, quienes fieles a su apellido están dispuestos a comerse entre ellos por no perder su cuota de poder (Keiko), por incrementarlo (Kenji), o por recuperarlo (Alberto). Kuczynski no es el “viejito buenagente” ni mucho menos el “viejito tontón” víctima del fujimorismo. Esa imagen es solo instrumental dadas sus sórdidas circunstancias; pegarla de víctima de su asepsia “política” es solo una coartada que su cara y risa de bufón ayudan a posicionar, pero lo cierto es que Kuczynski es un depredador más de la política peruana. Ha mentido con premeditación y alevosía a la gente a la que le debe respeto y a la que le debe su poder temporal; ha puesto en riesgo la legitimidad de su cargo petardeando la confianza mínima que cualquier ciudadano debe tener en quien dirige la nación; ha subvertido la ley, el Estado de Derecho y contravenido una condena judicial subvirtiendo la Justicia con un indulto ilegal. Kuczynski es pues un depredador que postuló pensando que pasaría a las páginas de la Historia peruana como un octogenario experto en economía, que daría impulso al Perú mientras se llenaba sus bolsillos lobbistas. Lo que no calculó es que su esencia de comerciante con años de experiencia en adular y aliarse con el propio diablo si hay que hacer negocios, se estrellaría con una avaricia igual o peor, la de una Keiko Fujimori peleando con uñas y dientes su última chance de representar la hedionda herencia de su padre antes de que este salga y le arrebate el intento para dárselo a su hermano, otro angurriento de poder con camuflaje de caricatura. Así las cosas, Kuczynski solo pasará a la historia como un mentiroso, inútil fiasco para el Perú, alguien que quiso seguir haciendo negocios despedazando al país. Mientras tanto, a nosotros nos queda seguir marchando con fuerza, resistir e insistir hasta agrietar el pacto de impunidad en el que todos estos depredadores coinciden. El Perú no se merece a estos salvajes en el poder que siembran violencia. Nos vemos en las calles el 27 de enero.