Hace tres años, a propósito de las protestas juveniles por la llamada “Ley Pulpín”, escribí un artículo sobre mi experiencia como reportera cubriendo las marchas universitarias contra la dictadura fujimorista en los 90. Por aquel entonces (1997) también intentaban desacreditarlos llamándolos vagos, revoltosos, vándalos y –por supuesto– terroristas. Como ahora, mandaban a las fuerzas de choque a cerrarles el paso, los gaseaban, golpeaban y usaban todo tipo de artimañas para boicotear sus movilizaciones. Nada ha cambiado, ni la represión ni (afortunadamente) la capacidad de los jóvenes de indignarse y protestar. Me permito, en la actual coyuntura, reproducir algunos párrafos de esa vieja columna. “Lo que recuerdo con mayor entusiasmo de aquel año es el despertar de los jóvenes que comenzaron una lucha incansable y arriesgada para terminar con la dictadura. Lo recuerdo porque, por ese entonces, yo también era joven y compartía los mismos sueños, y la misma rabia. Mi trabajo como reportera me había permitido ver la insania terrorista pero también el abuso de poder y el quiebre sistemático de la institucionalidad democrática”. Las protestas juveniles en los 90 fueron históricas y determinantes. Por esos años los convocó el Foro Democrático con Alberto Borea a la cabeza, quien, en una entrevista, lo recuerda así: «Se discutió sobre cómo hacer que la sociedad tomara conciencia del valor del sistema eclipsado y se propuso un trabajo a dos niveles… ir a las universidades a buscar jóvenes inquietos y capaces de asumir el reto de una mayor movilización… Julio Cotler, dijo: “si no conseguimos que los jóvenes adopten el proyecto como suyo, el país no tiene cura. Hagamos el intento”». Hoy, como en 1997, vivimos un momento crucial. El abuso de poder, la corrupción y la mentira ganan terreno pero encuentran la resistencia esperanzadora de los jóvenes. Sin ellos, como dijo Cotler, el país no tiene cura. No son vagos ni ignorantes, menos terroristas. Son vehementes, apasionados y, afortunadamente, no han perdido la capacidad de sublevarse ante la injusticia y un gobierno deshonesto.