El lunes escuché con minuciosidad notarial al nuncio Nicola Girasoli comentando la próxima visita del Papa con Fernando Carvallo, en RPP. Y Girasoli, como buen diplomático, preparado de antemano sobre la pregunta que le iban a hacer respecto de la pederastia religiosa, dijo lo apropiado para la ocasión, lo políticamente correcto, que no necesariamente tiene que ver con la verdad, obviamente. “Nos duele muchísimo”. “No debemos tener miedo de reconocer nuestros errores”. “Tenemos que pedirle perdón a las víctimas”. Y que blibliblí y que blablablá. Y que bloblobló y que blublublú. Y en ese plan. Pero claro. El día anterior, un esclarecedor e indignante reportaje de Cuarto Poder, elaborado por el periodista José Miguel Hidalgo, nos señalaba claramente que todo seguía igual, que nada había cambiado, que el patrón de encubrimiento e impunidad permanecían incólumes en la clerecía católica. Y que el doble discurso mantiene una vigencia apabullante. Bastaba ver lo que ocurría en Chimbote con el cura Arrunátegui. Porque a ver, una cosa es lo que sostiene el nuncio Girasoli, y otra, muy distinta, es lo que nos grita en la cara la indolencia eclesial. Por lo demás, el lenguaje sigue siendo exactamente el mismo. Las autoridades vaticanas insisten en hablar de errores, de pecados, de faltas. Y no de crímenes sexuales. O de delitos abominables y abyectos. Porque eso es lo que perpetran sus pedófilos ensotanados. Monstruosidades con consecuencias penales, las cuales suelen escamotear debido a la protección que les ofrece la propia institución católica. Y con esa doble cara, todo hay que decirlo, en vez de mejorar las cosas, las empeoran. Y encima nos dejan con la sensación de que esto de las perversiones sexuales de los curas contra los menores de edad no lo arregla nadie. Ni dios. Ni la Virgen María. Ni el Espíritu Santo. Ni todos los santos. Y menos, Panchito. Porque cada vez está más claro que el mismísimo Papa argentino es tan solo un reflejo de la terrorífica enfermedad que impera en el sistema vaticano. Verán. Son demasiados los ejemplos que abonan esta tesis. La que apunta a que Bergoglio es parte del problema, digo. Miren, si no, lo que está pasando con su brazo financiero y hombre de confianza, el cardenal australiano George Pell. O miren, si no, quiénes son los otros miembros de su entorno más íntimo. Encubridores del calibre de los cardenales Javier Errázuriz y Óscar Rodríguez Madariaga. Dirán algunos que exagero. Pero no. Solamente estoy mencionando lo evidente y lo que ha saltado a la luz gracias a la labor de la prensa. Las incriminaciones contra Pell, Errázuriz y Rodríguez Madariaga, si las buscan en internet, están ampliamente documentadas en diversas investigaciones periodísticas. Al fin y al cabo lo que pasa es que, a veces, nos dejamos deslumbrar por el carisma personal del figurón católico que nos viene a ver, y no nos informamos cabalmente sobre la institución y sus representantes, que, les cuento, siguen aplicando el código de la omertà, o del silencio. Les suelto una última. El mayor escándalo sexual de la iglesia en España, en los últimos años, se conoce como el Caso Romanones, llamado así porque el principal implicado, de una docena de clérigos de la parroquia granadina de San Juan de Vianney, se llama Román Martínez. Bueno. Resulta que, “aunque probados” los crímenes sexuales cometidos por lo menos por once de los acusados, han considerado “prescritos” los abusos. Ergo, los pederastas han sido absueltos de polvo y paja. Y fíjense: le han achacado a la víctima la “concurrencia de graves contradicciones”, además de proporcionar “versiones de los hechos imprecisas y vacilantes”. Si me preguntan, hasta parece un calco a medias de la resolución vaticana sobre el peruano Luis Fernando Figari, fundador del Sodalicio. Como sea. El Caso Romanones fue considerado emblemático en su momento, debido a que el sumo pontífice Francisco, aparentemente encorajinado, decidió intervenir, llamando personalmente a Daniel (seudónimo usado para proteger al abusado por la secta de los Romanones), animándolo a denunciar lo que había sufrido. Y fíjense cómo acabó la historia. En la más absoluta impunidad, con revictimización de la víctima y todo. Pero ojo. No solo es la falta de castigo lo que ofende en el Caso Romanones, sino que el Vaticano ha decidido levantar la suspensión de las medidas canónicas cautelares, lo que significa en los hechos que no pasó nada. Más todavía. La Archidiócesis de Granada ha anunciado que les ha asignado nuevos destinos pastorales a los pederastas, y, “en consecuencia, desde hoy vuelven a ejercer su ministerio sacerdotal”. Y esto, cómo le explico, monseñor Girasoli, ¡ocurrió ahorita! ¡Hace apenas dos semanas!