Un breve ciclo de consultas a diversas personas me confirma que este año los adornos navideños están muchísimo más discretos. Hemos tenido años en que el verde y el rojo empezaban a estallar a fines de octubre. Hoy cuatro de diciembre hay calles enteras donde ni siquiera brillan las ubicuas lucecitas capaces de convertir a un humilde ficus en un pino europeo. ¿Qué está pasando? Que se sepa el optimismo de los comerciantes sobre los negocios en esta Navidad es el mismo de siempre. ¿Por qué entonces están tan ahorrativos con los trineos y los renos? Quizás solo es un fenómeno decorativo. Pues los catálogos encartados de los grandes almacenes están más gruesos y lujosos que nunca. La idea de problemas económicos soterrados es complicada. Los comerciantes en problemas tienden a hacer más publicidad. En los hogares decorar siempre puede ser más barato que hacer una Navidad de objetos comprados. Quizás la gente está escuchando a los gurús de la economía doméstica, y dedicando los aguinaldos y gratificaciones a pagar deudas. Un amigo me alcanza la hipótesis de que es el fútbol. El gasto de expectativa, pasión, suspenso y energía en torno a la clasificación habría dejado a la gente con menos espíritu navideño que el habitual. Si se tratara de gastar, allí está la utopía alcanzable del viaje a los estadios de Rusia, mucho más atractiva que los productos en oferta local. Otra hipótesis, algo extravagante, es que la expectativa por la visita del papa Francisco está debilitando el sentimiento navideño, inconscientemente sacando a flote austeridades del pasado cristiano. Después de todo Santa Claus tiene un pie en la paganidad, y la Navidad moderna hace tiempo que se ha vuelto una ceremonia de la adquisición de bienes terrenales. Siempre está la posibilidad de la flojera, de que la intensidad habitual del estallido de adornos navideños simplemente se haya demorado. Pero para eso no queda mucho tiempo. En mi barrio varios de los adornos municipales recién están siendo instalados. Incluso los atroces atolladeros de la temporada no han aparecido. Quien sabe si los años cada vez más llenos de ofertas y de marketing decorativo han ido mellando el gusto por la parafernalia navideña. Si es así, esa mella no hará derramar una sola lágrima a este columnista.