Sigo con algunas reflexiones iniciadas la semana pasada. ¿Cómo entender la lógica del fujimorismo? Señalaba que no me parecía convincente la tesis de la implementación de un plan que implicaba someter a todos los poderes del Estado para al final lograr la vacancia presidencial y el adelanto de elecciones. Esto implica la existencia de un actor muy coherente, dotado de un propósito claro, actuando con una racionalidad estratégica. Dadas las conocidas debilidades en la organización y conducción de Fuerza Popular, me parece que su actuación se entiende mejor asumiendo que siguen lógicas reactivas, defensivas, de corto plazo. Así, ante acusaciones, investigaciones fiscales, cuestionamientos, responden con rudeza, haciendo manifestaciones de fuerza, buscando amedrentar a sus adversarios. Ahora bien, esto no quiere decir en absoluto que este patrón de comportamiento sea menos nocivo para nuestra precaria democracia que uno racional-estratégico. Es más, diría que el primero es más peligroso y nocivo que el segundo. Porque un actor racional, en la posición del fujimorismo, entendería que acusar constitucionalmente al Fiscal de la Nación sin ningún fundamento legal es totalmente contrario a sus propios intereses: los presenta como prepotentes y arbitrarios, refuerza la imagen de que no son democráticos, genera la percepción de que temen el avance de las investigaciones en la Fiscalía que los comprometen, cohesionan a sus adversarios (considerar la respuesta de la Junta de Fiscales Supremos y la reacción del conjunto Ministerio Público), y todo esto por una iniciativa en la que además les resultará muy complicado conseguir los votos necesarios. Digamos que si Aníbal Quiroga, Juan Paredes Castro, César Nakazaki, Aldo Mariátegui y Pablo Bustamante, por mencionar algunos nombres, ninguno de ellos sospechoso de “caviarismo”, te dicen que es un grave error acusar al Fiscal de la Nación, pues hace rato debieron haberse dado cuenta de ello. Carlos Meléndez en El Comercio ayer caracteriza al fujimorismo más como antiestablishment que como autoritario. Puede ser, pero habría que recordar que ese perfil lo manejó Alberto Fujimori entre 1990 y 1992 y Keiko desde la segunda vuelta electoral del año pasado, pero en el medio el fujimorismo fue más bien un garante del establishment político y de la continuidad del modelo neoliberal. Hoy no solo choca frontalmente con las instituciones democráticas, también contra la estabilidad del modelo económico, mediante diversas iniciativas, cuando en algún momento encarnaron la esperanza de ser un gran partido de derecha popular. Su renovado populismo les puede favorecer en el corto plazo, pero los desprestigia como opción frente al 2021. Podría ser útil releer en estos momentos el célebre libro del historiador Carlo Cipolla, Las leyes fundamentales de la estupidez humana (1976), especialmente en la parte en la que decía que el estúpido es más peligroso que el malvado, en tanto suele causar considerable daño sin obtener beneficios, o peor aún, incluso perjudicándose a sí mismo. Urge entonces respaldar el trabajo de la Fiscalía, a pesar de las múltiples críticas que podamos tener con su trabajo. Porque ella no va a mejorar descabezándola y amedrentando a los Fiscales desde el poder político, sino fortaleciendo su autonomía e independencia, permitiendo la continuidad en sus esfuerzos, también ejerciendo la crítica ante limitaciones. El que tengamos bajo investigación a prácticamente el conjunto de nuestra elite gobernante de los últimos años hace que haya múltiples intereses en debilitar su actuación.