Susana Villarán entró a las grandes ligas de la política como ministra en el gobierno de Valentín Paniagua. Convirtió esa elevación de su perfil en una fallida candidatura presidencial en el 2006. En el 2010 un traspié de su rival Lourdes Flores permitió a Villarán llegar a la alcaldía de Lima. Se salvó apenas de una revocatoria, fracasó en un intento de reelección. A pesar de los altibajos de su carrera, Villarán fue por varios años la figura con más atractivo electoral de la izquierda. Esto gracias sobre todo a su posición moderada y a una cierta aureola maternal. Pero para el 2014 todo esto había terminado, sobre todo por los efectos de una intensa campaña de demolición contra su administración municipal. Su paso por la alcaldía de Lima fue un verdadero vía crucis político. No logró hacer alianzas, ni siquiera con el gobierno ideológicamente cercano de Ollanta Humala. Su loable insistencia en realizar reformas, algunas valiosas que se mantienen hasta hoy, produjo sucesivas reacciones en su contra de los sectores afectados, sobre todo en el transporte. Después del 2014 el electorado y los partidos de izquierda perdieron el interés que pudieron haber tenido en la figura de Villarán, para volcarse en el 2016 hacia una Verónika Mendoza más articulada, más joven, con más muñeca política, y quizás con más capacidad de resistir los previsibles y constantes embates desde la derecha. Visto desde el 2017 y la perspectiva del caso Odebrecht, Villarán hizo lo mismo que virtualmente todos los políticos de su tiempo. Aceptó fondos de campaña y donativos para la gestión provenientes de una empresa dedicada al acopio de contratos públicos, para hoy o para mañana. Probablemente nunca se le ocurrió que toda esa era fruta de un árbol envenenado. Desde la primera hora el escándalo ha puesto en evidencia que ella no tiene muchos defensores. Su prestigio de política honesta se ha volcado contra ella, pues la sorpresa ha agravado las responsabilidades que se le atribuyen. La modestia con la que ella vive no es argumento suficiente frente a la implacable dinámica de las acusaciones. Sin duda aquí hay alguien que va a necesitar buenos abogados, y mejores partidarios, capaces de salvar y transmitir lo que quede de su imagen pública. Su prestigio de política honesta se ha volcado contra ella, pues la sorpresa ha agravado las responsabilidades que se le atribuyen.