En las últimas semanas y días, pasada la euforia mundialista, vuelve a la palestra la discusión sobre la conducta política del fujimorismo. ¿Estamos ante la implementación de un plan que tiene como propósito hacerse de un control total de las instituciones del Estado y terminar con la destitución del Presidente de la República? Ciertamente hay elementos para construir ese argumento. Ya tienen el control del parlamento, y desde allí pueden destituir al Fiscal de la Nación y amedrentar a los fiscales que investigan casos de financiamiento ilegal de campañas electorales, que pueden afectar a Fuerza Popular. Pueden también conseguir los votos para destituir a miembros “incómodos” del Tribunal Constitucional y así establecer una suerte de “autoritarismo parlamentario”. Pueden presionar, desde comisiones investigadoras, al propio Presidente de la República y contribuir a debilitar su imagen y crear las condiciones que faciliten el escenario de una declaratoria de vacancia. Además amenazan con denuncias penales a medios de comunicación, que buscarían silenciar voces discrepantes. La editorial de este diario, el domingo pasado, llamó a “defender la democracia” y “parar este golpe de Estado en proceso”. De otro lado, la editorial de Semana Económica de esta semana señala que “todo esto ha hecho especular nuevamente sobre un supuesto plan fujimorista para tumbar la democracia. Pero estas reacciones resultan tan torpes que más bien sugieren la desorientación de un liderazgo inmaduro que aún no resuelve cómo utilizar el enorme poder que se le ha confiado”. Me inclino más por la segunda interpretación, sin descartar que más adelante, según cambien las circunstancias, las estrategias de los actores puedan cambiar. Es una lectura más coherente con la evidencia previa disponible. Hace pocas semanas, cuando Kenji Fujimori aparecía como un liderazgo capaz de generar fisuras importantes en Fuerza Popular, el diagnóstico compartido era que este grupo estaba dividido, fragmentado, carente de conducción. ¿Ahora súbitamente estamos ante un grupo capaz de diseñar e implementar complejas estrategias en múltiples frentes? Creo que uno entiende mejor la política peruana si parte del supuesto de que los actores actúan muy reactivamente basados en consideraciones muy de corto plazo, y esto parece especialmente válido en el caso del fujimorismo. Se les han presentado por diversas razones y flancos oportunidades, que han coincidido en el tiempo, para hacer demostraciones de fuerza; que buscan ciertamente amedrentar a fuerzas que consideran manejadas por adversarios. ¿Qué es lo que buscan? El poder, por supuesto, ganar gobiernos regionales el próximo año y el gobierno nacional en 2021; y perciben que quienes pueden impedir el triunfo de Keiko en una tercera postulación (que puede ser la última) son algunos medios de comunicación, y una ofensiva fiscal y judicial que buscaría llevarlos con la marea de lava jato. Sienten que es un atropello, porque esa marea debería arrastrar a quienes fueron gobierno en los últimos años, no a ellos, que más bien habrían padecido del acoso de un establishment político, judicial y mediático que supuestamente habría tenido la hegemonía después del año 2000, que desde esa trinchera llaman despectivamente “caviar”. No digo que tengan razón en esa lectura: sí me parece que parecen muy convencidos de que es cierta. La pregunta es hasta qué punto pueden ser concientes de los problemas en los que hacen incurrir al país por sus lecturas sesgadas de la realidad, y de los costos en los que incurren en función de sus propios intereses.