Días de alegría para los peruanos por el triunfo de la Selección de Fútbol clasificada a la Copa del Mundo. Los éxitos peruanos no son tan escasos como parecen, pero estos, en particular en este deporte, se asumen como éxitos colectivos. Solo hay 11 hombres del equipo nacional en la cancha y un entrenador. Pero desde la tribuna o desde la mirada sobre la pantalla, millones de fanáticos dan órdenes. ¿No ha notado cómo se comporta un hombre –que puede ser muy afectuoso y delicado en su vida cotidiana– frente al televisor? Las groserías son lo de menos. El nivel de frustración que le crean los errores del equipo y las profundas alegrías que le causa un gol lo meten a una montaña rusa de emociones que terminan con dejarlo exhausto. ¿Cómo no va a ser colectivo el triunfo si este espectador fanático no es un ente pasivo? En su psiquis ha corrido 90 minutos dentro de la cancha. Ha hecho los pases, ha tapado los goles, le ha gritado a cada compañero, le ha dicho al entrenador qué cambios hacer, cuándo hacerlos. Es “su” partido. Claro, cuando se gana. La mayoría de la población peruana tiene menos de 40 años y no recuerda a la selección peruana en una copa mundial. Todos estos hechos son nuevos y sorprendentes. Es bueno que disfruten las dulces mieles del triunfo pero que aprecien, en un sentido un poco más razonado y crítico, qué fue lo que pasó para que el Perú estuviese presente en las copas de 1970, 1978 y 1982, y luego, nunca más. Hay razones que van más allá de la mala suerte o del mero azar. Si se aprende esa lección, este será el primero de muchos mundiales que los fanáticos podrán disfrutar en estas sesiones de catarsis frente al televisor. Pero, si no se aprende la lección, es poco lo que vamos a disfrutar. Pensaba en el paralelo entre los triunfos y desventuras de la selección de fútbol y las del fujimorismo. En el año 2000, Alberto Fujimori huyó del país dejando una estela imborrable de corrupción que finalmente lo alcanzó a él mismo. Sus colaboradores pagaron también con prisión e inhabilitaciones lo hecho. Ni el más ferviente fujimorista ha defendido la inocencia de Vladimiro Montesinos a quien se le encontró, para empezar, casi 200 millones de dólares en Suiza. Parecía que, ante estos hechos y, luego de un pase por el Congreso, Keiko Fujimori había hecho un verdadero análisis y crítica de lo que le pasó a su padre. Esa madurez aparente se exhibió el 2015 en la ya famosa presentación en la Universidad de Harvard. La hija había pasado de heredera de activos y pasivos a propietaria de un destino propio. Por lo menos, eso parecía. Hoy, desde el Parlamento, el fujimorismo ha vuelto al poder que dejó en el 2000. A pesar de tener presencia parlamentaria el 2006 y el 2011, sus votos solo podían servir para consolidar pactos de facto, como con el Apra. No para gobernar. Hoy, gobiernan con mayoría absoluta un poder del Estado y en lugar de limpiar la imagen que dejó el padre se esfuerzan por hacerlo, cada día con más empeño, peor. Como se dijo de los Borbones a su regreso al poder en España: “No aprendieron nada y no olvidaron nada”. Las mismas mañas, iguales, 17 años después. ¿Alguna vez Keiko Fujimori habrá hecho una lectura razonada y crítica de las causas de la caída y prisión de su padre? Parece que ni ella, ni su entorno directo, son capaces de hacerlo colectivamente. Perder las últimas elecciones presidenciales ha despertado a un demonio sedado para el público. Hoy es otra persona la que se enfrenta todos los días a quien se le ponga por delante. No importa si es la prensa, la empresa privada (sus ex aliados), el Fiscal de la Nación, el Tribunal Constitucional, un ministro o el gabinete entero y hasta el Presidente de la República. Todos están (estamos) sometidos a la furia sin límite de Keiko Fujimori. ¿Exagero? Veamos las últimas novedades de su arremetida “yo contra el resto del mundo”. En otros desatinos legislativos, un proyecto de ley que destruye a las más importantes empresas constructoras del país. Si su sociedad con Odebrecht conlleva delito, ya existe un marco legal bastante severo para que el Estado cobre lo suyo, pero ¿quebrarlas? Hasta su bien amada Confiep, hincha a muerte de Keiko –tanto que hacía las campañas contra Humala el 2011– ha protestado. Ningún empresario entiende qué ha pasado. ¿Amenazas contra la prensa? Directas como contra El Comercio y propuestas legislativas a granel. ¿Acusaciones constitucionales? Tramitadas a velocidad récord por los fujimoristas para liquidar el Tribunal Constitucional y al Fiscal de la Nación. Por supuesto sigue el Presidente. Kuczynski sabe que le van a cobrar el triunfo. Tarde o temprano, esta furia indomable lo alcanzará. Da que pensar que esto sea solo sangre en el ojo por una derrota. Aquí hay más.