[Fragmento de un texto de Hueso húmero Nº 67]. Hace poco finalmente instalaron el funicular en Kuélap, un aditamento que todavía no tiene Machu Picchu. ¿El paseo le robará visitantes a la ruina más célebre, a la que todavía se asciende en microbús? Más aun, ¿alguien dejará de conocer Machu Picchu porque haber visto Kuélap le ha parecido suficiente? ¿O habrá curiosidad suficiente para los dos monumentos? ¿Por qué comparar Kuélap y Machu Picchu? Porque a pesar de sus profundas diferencias, son similares. De hecho los visitantes a Kuélap vienen haciendo la comparación de tiempo atrás. Para quien ha visto ambos lugares, uno hace pensar inmediatamente en el otro, y hasta ahora no ha aparecido una tercera edificación de piedra que se les una en la imaginación. Los periodistas intuimos rápido este tipo de parentescos, y eso está presente en titulares sobre Kuélap como “El nuevo Machu Picchu” o “un Machu Picchu menos conocido”. En lo geográfico, ambos están en zonas frondosas, sobre la vertiente oriental de los Andes, en cierto modo mirando hacia la selva. Son edificaciones de piedra instaladas en una parte alta de un valle, las dos del tamaño de una ciudadela, ninguna de ellas restaurada más allá de la elemental conservación. Ninguna es realmente un fenómeno urbano, ni siquiera en los términos antiguos de la palabra. Lo cual no ha impedido que ambas sean ocasionalmente llamadas ciudades, como se usa en “ciudad perdida”. Incluso hay un decreto supremo del 2011 que declara a Machu Picchu, Kuélap y Chan Chan (en la costa) ciudades hermanas, por su similar valor arqueológico y turístico. No está claro si el decreto simplemente establece una identidad, o sugiere que establezcan alguna forma de relación. Desde su descubrimiento occidental ambas ciudadelas han despertado una mezcla de esperanza, sospecha, o fantasía, acerca de la existencia de otras similares, todavía ocultas por la espesura. Es la idea del pasado peruano interminable, indescifrable, y en cierta medida incomprensible. Antes de ser descubiertas por esa visión occidental, las dos estructuras “existieron sin existir”, por siglos en un silencio que luego no pudieron resolver realmente la exégesis histórica o los nuevos hallazgos arqueológicos conexos. En este sentido ellos son, digamos, fenómenos de aparición súbita, y por eso tienen puesta, y probablemente siempre tendrán puesta, la sorpresa y el encanto de su primera hora ante la modernidad.