El próximo 10 de noviembre se inaugurará el museo “Historial Franco-alemán de la Gran Guerra”, que se ubica en Alsacia, Francia, fronteriza de Alemania. Aquel lugar fue escenario de encarnizados combates entre soldados de ambos países en 1914, 1915 y 1916. Como parte de la conmemoración del centenario de esta célebre conflagración, en 2014, los entonces presidentes de Francia, François Hollande, y de Alemania, Joachim Gauck, colocaron en el “pico Hartmannswillerkopt” la primera piedra del referido museo, que Emmanuel Macron y Frank-Walter Steinmeier inaugurarán en pocas semanas. Esta institución binacional, administrada por los gobiernos de los ex-contrincantes de la Gran Guerra, es posible porque sus gestores la saben definitivamente concluida y comprenden que la integración del presente sostiene una política de la memoria que une a ambos pueblos, aún en el recuerdo de los eventos militares dolorosos. Junto con los festejos por el Bicentenario, que Perú y Chile, en una acertada decisión, conmemorarán unidos, se nos vienen también los 140 años de la Guerra del Pacífico, por lo que cabe preguntarse si podemos recordar juntos sus principales batallas. Estoy pensando en Tarapacá, victoria peruana en una provincia que hoy es chilena, en Arica y Tacna, cuya integración, en el nivel del intercambio humano y socio-comercial, ha superado largamente la desconfianza mutua de nuestras clases políticas. Estoy pensando en Chorrillos, en su batalla y su incendio, y en la ocasión de reconocer los excesos de la guerra que será el gesto reconciliador por excelencia, el “nunca más”, “el abrazo de la reconciliación”. Asimismo, el 8 de septiembre de 2020 se cumplirán los 200 años del desembarco de José de San Martín en Paracas, allí se apostaron más de dos mil argentinos y casi dos mil chilenos, los que conformaban el ejército libertador. Pero nuestra historia solo recuerda a los primeros y casi invisibiliza a los segundos. Por ello, las celebraciones del Bicentenario de la Independencia y de los 140 años de la Guerra del Pacífico deben, juntas, formar parte de una política de reconciliación peruano-chilena que ponga en valor los eventos del pasado en los que prevaleció la colaboración entre nuestros pueblos, tanto como aquellos dolorosos, que debemos integrar a nuestra historia y cultura binacionales, a través de su recuerdo solemne y respetuoso. Un museo peruano-chileno, sin duda, resignificará nuestro pasado común, y la promoción del turismo de memoria, que ya existe en Europa, pondrá en valor, desde una nueva perspectiva, los escenarios donde se libraron las batallas más cruentas. Así podremos mirar con otros ojos el pasado y darle a los eventos del siglo XIX un tratamiento patrimonial, de integración y de respeto, propios del siglo XXI.