Mientras que los congresistas siguen postergando la instalación de la Comisión Antipederastia, la prensa investigativa sigue destapando más historias sobre el Caso Sodalicio. Historias de terror, si me apuran. La última la leí en el portal web Altavoz. Se trata de testimonios de miembros de la familia sodálite, sometidos a tratamientos psiquiátricos un tanto peculiares, la verdad. Por la compulsión para recetar. Por el cocteleo de religión y fármacos. Porque todos señalan al mismo psiquiatra: Carlos Mendoza Angulo. Ahora bien, cabe resaltar que, de los once testimonios consignados en el reportaje de Altavoz, tres son absolutamente favorables a Mendoza. “Respetuoso, profesional, dedicado”. Así lo describe una de sus pacientes, por ejemplo. El resto, por el contrario, es bastante crítico debido al tipo de tratamientos recibidos. Al parecer, llegaban a Mendoza derivados por sus superiores o consejeros espirituales. Los nombres que aparecen en el informe son los de Germán McKenzie (exsuperior regional del Sodalicio, y expulsado del movimiento de Luis Fernando Figari por causas no esclarecidas hasta la fecha), Óscar Tokumura (el controvertido formador de las casas de formación de San Bartolo, que encubrió durante un año al pederasta serial Jeffery Daniels), José Ambrozic (el sodálite más antiguo, después de Figari, y, hasta hace poco, Vicario de la organización), Fernando Vidal (otro sodálite que ha tenido altos cargos en el controversial movimiento católico peruano) y Cecilia Collazos, psicóloga y exsuperiora de la Fraternidad Mariana de la Reconciliación). Slim Sánchez, uno de los expacientes de Carlos Mendoza, asegura que, a lo largo de la terapia, esta tuvo un inexplicable giro hacia lo religioso. “Si no estás con dios, eres del demonio”, le habría dicho Mendoza en una de las sesiones. Y a partir de ese momento, el psiquiatra del Sodalitium le encargaría como tarea leer textos sobre posesión demoníaca y exorcismo, los cuales debía resumir para entregarle en su siguiente cita. De no hacerlo, Mendoza le amenazaba con no entregarle la receta con su medicación a la que se había hecho adicto. Otro entrevistado por el portal periodístico es identificado como “L”. Este no acusa a Mendoza por apabullarlo con pastillas ni por su diagnóstico. Lo que le molestó tremendamente a “L” de Mendoza es que, las cosas que comentaba con él, y que tenían carácter reservado, terminaban siendo conocidas por sus superiores y consejeros. “H.G.” se hizo sodálite a los 17 años. Y le comentó a su consejero Germán McKenzie que padecía insomnio. Sin dudarlo, McKenzie, y sin el consentimiento de los padres de “H.G.”, derivó al aspirante sodálite donde Mendoza, quien le diagnosticó en la primera sesión: Trastorno Obsesivo Compulsivo (TOC). Y en seguida, según la versión de “H.G.”, le recetó Fluoxetina, un genérico del Prozac, además de Somno y Clonazepam. “H.G.” fue tratado por Carlos Mendoza durante seis años. Recuerda que, en una oportunidad, le dijo: “Si no tomas tus pastillas, es pecado, y te tienes que ir a confesar”. “El año pasado, relata Altavoz, H.G. pidió a Carlos Mendoza su historial clínico. En este, según nos cuenta, se observaban apuntes con términos de índole religioso, como ‘ideas pecaminosas’ (…) Pero eso no fue lo que más habría sorprendido a H.G. y a su posterior psiquiatra, con quien analizó el documento. H.G. asegura que el historial mostraba un diagnóstico adicional del cual nunca se había enterado: esquizofrenia (…) El médico psiquiatra que lo vio después de Mendoza le dijo que no tenía TOC, ni mucho menos esquizofrenia. Cuando estaba sometido aun a la autoridad sodálite, a H.G. se le prohibió investigar sobre el diagnóstico de Mendoza. Hoy sabe que no padece de ningún trastorno mental y no toma medicación alguna”. En el extenso reportaje, algunos medicamentos y prescripciones se repiten. Incluso una expaciente acusa que actualmente sufre de daño hepático, el cual atribuye al exceso de fármacos que consumió cuando fue tratada por Mendoza debido a una depresión. En la segunda edición de Mitad monjes, mitad soldados (p. 372), se explica que, a veces, este fenómeno formaba parte del sistema sodálite para tener bajo control a los adeptos, exigiendo evaluaciones periódicas realizadas por psicólogas y psiquiatras vinculados a la organización. Y estos “especialistas”, de acuerdo a la versión de otros exsodálites, remitían los informes de dichas ‘terapias’ a algunos superiores, y en algunos casos llegaban hasta el Consejo Superior. “¡¿Qué hacía el encargado de temporalidades, encargado de la logística de la institución, con el informe personal de Fulano?!”, expresó indignado un exsodálite en uno de los informes que hicimos con Paola Ugaz para este diario.