El debate sobre si gobierna la derecha o la izquierda, o si hay más tecnocracia o política en el actual gobierno es respondida por la derecha negando que este gobierno sea suyo y por una crítica mayoritaria a los técnicos. Como a los partidos en los años 90, está de moda tirarle tomates a la tecnocracia. El balance de su rol en los últimos 26 años es complejo, pero una conclusión realista es que la política le debe a la tecnocracia más que esta a aquella. Es cierto que parte del balance es la feroz estabilización (1990-1994), la aplicación del modelo neoliberal sin derechos (1992-1995) y el silencio cómplice y en algunos casos la participación en el esquema de la corrupción (1990-2000). No obstante, también es parte de su legado la formulación de diseños públicos de primera y segunda generación; la creación de una política social especializada en el delivery que trasciende de la focalización a la universalización; y la democratización de los proyectos para la gestión de territorios, la descentralización, la expansión de la infraestructura hasta en los distritos y comunidades más lejanas. Que alguien sensato sostenga que en el crecimiento ininterrumpido del período 2001-2016 no hubo un claro protagonismo tecnocrático. La tecnocracia como imagen de lo limeño es un error de perspectiva, una falla centralista del teodolito que analiza lo público. Las regiones y municipios están poblados de miles de tecnócratas que sostienen hoy mismo la descentralización a pesar del colapso de las elites regionales. En más de un departamento o provincia, ellos son el núcleo de la élite local. Las tres grandes reformas del período 2001-2016 –la descentralización, la carrera magisterial y la distribución dirigida de los resultados del crecimiento– se hicieron y se gestionan con la tecnocracia en primera línea. En mi caso, que dirigí el primer grupo de elaboró el modelo del programa Juntos, siento que esta iniciativa no hubiese sido posible sin ese decisivo concurso. Se acusa a los tecnócratas de ser pragmáticos, y lo son; pero no son más los políticos, que en los últimos 4 procesos electorales nacionales tercerizaron la elaboración de sus planes de gobierno atrayendo a núcleos tecnócratas y confiándoles cuotas de poder sustantivas ya en el gobierno, dando lugar a una variedad de tecnocracia, la tecnopolítica. De los 23 ministros de Economía y Finanzas desde 1990, solo dos pertenecieron orgánicamente al partido de gobierno. Esta relación se ha transformado. De la idea de “los técnicos se alquilan” se ha pasado a la de “los políticos se prestan a los técnicos”. PPK y su pequeño partido expresan el inicio de ese tránsito, la toma del poder por la tecnocracia. Nada más heterodoxa que la tecnocracia de estos días. ¿Son promiscuos los técnicos? No más que la mayoría de políticos, si se revisa la composición de la representación nacional y regional, a excepción de AP, el Apra y algunos grupos de la izquierda. ¿No hacen política los técnicos? No, aunque esa práctica escasea también en la llamada partidocracia, la nueva y la tradicional, salvo que se llame “política” al espectáculo que vemos todos los días. Es incómoda la tercera pregunta: ¿se parecen lo técnicos a los actuales políticos? En varios aspectos sí, aunque los segundos exhiben en promedio un déficit de competencias. Nunca como ahora ambos espacios expresan coaliciones de independientes, de lejos más organizadas las segundas. Los límites esa tecnocracia son las urgencias institucionales que hacen crujir el sistema. En ese punto es crucial el agudo apunte de Carlos Vergara respecto a que estamos administrados y no gobernados. Ese límite se lee como el temor a acometer la nueva etapa de la democracia peruana, para que entregue derechos, reordene la descentralización, y cambie el Estado para acorralar a la corrupción. Para efectos de esta exigencia, la tecnocracia cree que la tierra es plana y no se atreverá más allá de los mares cercanos. Claro, tampoco lo harán los actuales políticos, pero eso es materia de otra nota. http://juandelapuente.blogspot.pe