Hace unos meses, un paciente venezolano me dijo que se “hizo el loco” en una de nuestras sesiones de terapia. Usó la expresión con la misma connotación con que yo la usé y escuché miles de veces. Hacerse el loco, tanto en Lima como en Caracas, es fingir desconocimiento o distracción para evadir responsabilidad, incomodidad, o confrontación. Santiago Delboy Primero sentí sorpresa y quizás un poco de desilusión. Yo me imaginaba, tal vez por ese patrioterismo que a veces tenemos los peruanos en el extranjero, que era un peruanismo. Luego me puse a pensar un poco más en el sentido que tiene esa expresión, especialmente en el uso de la palabra “loco.” En inglés, la frase equivalente es “to play dumb,” traducción más cercana a “hacerse el tonto.” Ambas describen un acto fingido y actuado, es decir intencional. Pero “loco” y “tonto” definitivamente no son lo mismo, ni en su definición ni con lo que dichas palabras se asocian en el imaginario de la gente. Si pensamos en un “loco,” ¿qué es lo que se nos viene a la mente? En un extremo, quizás ciertos rasgos de personalidad: el excéntrico, la creativa, el impredecible, o la mandada. En el otro, tal vez alguien a quien le cuesta distinguir fantasía de realidad, alguien que oye voces, que habla solo, que es paranoico o demente. Sin embargo, ninguno de estos matices describe el sentido de la frase. Cuando nos hacemos los locos, no estamos aparentando una personalidad que no es la nuestra, ni tampoco fingiendo ser esquizofrénicos. ¿De qué “locura” estamos hablando entonces? Al hacernos los locos, estamos intencionalmente negando la realidad que está frente a nuestras narices. Alguien necesita ayuda y fingimos que no lo vimos. Alguien comete una transgresión y pretendemos que no pasó nada. Alguien nos dice que causamos dolor y hacemos caso omiso al comentario. Cuando este tipo de negación ocurre de manera inconsciente, lo hacemos para separarnos de aspectos de la realidad. Al distanciarnos de la realidad buscamos, naturalmente, distanciarnos de los pensamientos y las emociones que dicha realidad evoca. De este modo, disociar aspectos de la realidad implica disociar aspectos de nosotros mismos. La negación es uno de los mecanismos de defensa más primitivos, pero rara vez actúa solo. La combinación de negación y disociación por lo general es el resultado de experiencias traumáticas que crearon heridas tan profundas como antiguas. Cuando esa negación es intencional –cuando nos hacemos los locos– estamos fingiendo este estado de disociación de la realidad. Esa es, en mi opinión, una forma de entender la “locura” a la que nos referimos con esta frase, aquella que está marcada por la disociación interna que es resultado del trauma emocional y psicológico. No es la locura de una personalidad extrema o la de un loco de la calle, sino una experiencia más sutil y común de lo que pensamos. La disociación de nuestro mundo interno puede tener serias consecuencias para nuestro propio bienestar, pero nadie se hace el loco a solas en casa. Siempre lo hacemos en compañía de otros, en relación con alguien más, y ese es uno de sus principales problemas. Al negar parte de nuestra realidad intencionalmente, también estamos negando la realidad y quizás el sufrimiento de las personas ignoradas por nuestra “locura”.