Hace varios decenios embajadores y generales tenían que ser aprobados por el Congreso. Ahora acabamos de ver a un grupo de parlamentarios opositores (fujimoristas, pero no solo) torcerle el brazo al Canciller frente a la designación de un agregado cultural. Esperemos que eso no sea el comienzo de algo nuevo en el tema. Probablemente el periodista y novelista Raúl Tola habría sido buen agregado cultural. Tola fue seleccionado para Madrid luego de una larga búsqueda, en la que se volvió a revelar que en estos tiempos no es fácil encontrar personas a la vez idóneas y dispuestas para este tipo de cargo en la diplomacia cultural. La dificultad está en que las exigencias del puesto han cambiado considerablemente. En otros tiempos bastaba ser cultural, es decir artístico o intelectual. Ahora es indispensable un cierto manejo de lo administrativo, en un mundo de intercambios culturales donde hay cosas como convenios de intercambio, flete, seguro, eventos. Ha pasado el tiempo en que la función era más bien ocasional y representativa: una figura destacada de las letras o las ciencias dedicada casi exclusivamente a cultivar buenas relaciones con sus pares del país anfitrión. Se le nombraba como una manera de exportar prestigio cultural, y por tanto con algo de reconocimiento a la persona misma. Lo que se mantiene de ese tiempo es que una persona de la cultura sigue siendo una opción preferida para el cargo, que debidamente entrenada es lo que una embajada precisa para circular por esa parte de las relaciones internacionales. En ese proceso algunos creadores llegan a especializarse en esas tareas. Un caso notable fue el de Julio Ramón Ribeyro, agregado cultural en Francia por sus méritos literarios, y luego convertido en representante del Perú ante la Unesco, el organismo cultural de la ONU. El novelista Carlos Eduardo Zavaleta combinó una carrera diplomática con una trayectoria de agregadurías culturales. El retiro de Tola de una agregaduría a la que ya se le había asignado corresponde al peor de los criterios: la politización de este tipo de nombramientos. De alguna oblicua manera también la ubicación de todo el mundo cultural bajo la sombra de la política menuda, tan amiga de vetos y marginaciones.